El retorno de Yith: capítulo cuarto
Por: Darío Valle Risoto
Estaba sentado casi frente al hotel. La muchacha salió a tirar agua en la calle, seguro estaba baldeando los pisos de baldosas blancas y negras en damero del hall de entrada. Paul levantó una mano saludándola, ella pareció no verlo.
__ Ariadne es hermosa, realmente. ¿No le parece? __Dijo el hombre ciego.
__ ¿Cómo se dio cuenta?
El viejo se empinó el resto de su botella de cerveza sonriendo.
La muchacha volvió a entrar al hotel, evidentemente cojeaba pero a esa distancia casi no se le notaba la joroba.
__ ¿Es hija del dueño?
__ No, es su nieta, cuando murieron sus padres, la trajeron desde Seattle, recorrieron medio país para deshacerse de la renguita… unos hijos de puta. Pero Yith les dio lo que merecían. Cuando regresaban a su ciudad se cayeron con camioneta y todo por el barranco en las afueras de Marble Hall, ambos decapitados por el parabrisas. El cinturón solo sirvió para sujetar los cuerpos pero las cabezas rodaron por ahí. __Lanzó una carcajada tan contagiosa que Paul se rio también con cierta culpa.
__ Creo que soñé con ella, pero no me atrevo a contarle lo que soñé, no quiero parecer un hombre indecente.
El anciano cerró los ojos, manoteó el bolsillo de su camisa y comenzó a armarse un cigarrillo, evidentemente a pesar de ser ciego era ducho en el armado además de darse cuenta de muchas cosas.
__ Bueno, creo que es hora de irme a dormir. __Agregó el anciano tras encender su cigarrillo y llenar el aire de un perfume ocre.
__ Fue un gusto conversar con usted.
Paul cruzó la calle, ya no tenía dudas de que su misión de viajar a Portland había quedado abandonada por algo que le era imposible de definir, sentía la sensación de que una voz antigua, ancestral, casi olvidada le obligaba a quedarse allí para siempre. Él “para siempre” en su cabeza le hizo sentirse mareado y no bien entrar al hotel se sentó en uno de los viejos sofás delante de la estufa a leña que permanecía apagada.
Los pisos aún estaban húmedos, evidentemente la muchacha había limpiado, la vio detrás de una gran mesa secándolo con un trapo sucio que de vez en cuando retorcía sobre un balde metálico. Su abuelo leía sin siquiera inmutarse de que ella llevaba la escoba, el balde y el trapo con la clara dificultad de ser renga.
__ ¿Te ayudo?
__ No, gracias, estoy acostumbrada. No estoy enferma.
__ Por supuesto que no, solamente que estoy aburrido y podrías mostrarme el pueblo si terminamos antes. __ Ella levantó el rostro, era realmente bella, algo difícil de describir, como si las deformidades de su cuerpo fueran el pago maldito de tener una mirada de ángel y una sonrisa de otro mundo.
__ Espéreme afuera dentro de una hora porque mi abuelo no me dejaría salir con usted, así que me tengo que escapar. __Un sonrisita maliciosa iluminó su rostro ya radiante.
Paul subió a su habitación, se sentía eufórico, extraño, era como si fuera a tener una cita con una enamorada, con una mujer hecha y derecha pero esa muchacha renga y jorobada era casi una niña. Debería sentirse culpable y sin embargo se cambió de ropa, nervioso y con unas ansias insoportables de estar con ella.
El abuelo cerró su eterno diario y caminó hasta la cocina, un hombre negro y extremadamente alto trozaba un cerdo sobre una mesa manchada de sangre. Era Nick, solo “Nick” el cocinero multiuso del hotel y único confidente del dueño.
__ Se va a encontrar con el extranjero, todo vuelve a repetirse.
__ De eso se trata ¿No?, para eso le servimos al señor de los océanos.
__ Lo sé hermano Nick, pero creo que en esta ocasión Ariadne mira con otros ojos al extraño, creo que está enamorada.
__ Ya tiene quince años, está en hora de tocar a un hombre y usted sabe que nunca me quiso por más que le he regalado muchas cosas.
El hombre se rió a carcajadas, abrió una vieja heladera General Electric y sacó una sucia botella con vino blanco, sirvió en dos vasos bastante opacos y le alcanzó uno al negro enorme que dejó su cuchilla a un lado, se limpió las manos en su delantal y tomó un largo sorbo.
__Ariadne tiene mejor gusto que un negro feo como tu hermano.
Nick abrió su gran boca coronada de enormes labios gruesos y mostrando la ausencia de varias piezas dentarias lanzó una carcajada.
El hombre ciego dio vuelta la calle seguido por su fiel perro bulldog hasta que tanteando con su palo a forma de bastón encontró el árbol que le indicaba que exactamente a cuatro pasos estaba la entrada de su rancho.
Lo recibió una mujer mucho más joven que él con rasgos indígenas, era su esposa, su enfermera y su amiga.
__ ¿Se emborrachó de nuevo?
__ Para nada Samantha y ya te he dicho que soy mayorcito y me puedo mamar cuantas veces se me antoje, no seas tan castradora.
__ No sé qué significa: “Catadora”
__ “Castradora”: quiere decir que me cortas las bolas cada vez que me hechas en cara que tomo licor o cerveza o que fumo peyote. Quiere decir que un hombre con los huevos bien puestos es dueño y señor de envenenarse cuanto se le antoje. ¿He sido claro?
La mujer siguió lavando la ropa en un latón enorme de aluminio, su marido entró a la única habitación, la de ambos. Allí manoteó un viejo libro que siempre descansaba sobre un parador. Encendió dos velas, cada una a su lado, pasó las manos para comprobar el calor y luego deslizó sus manos sobre las páginas abiertas.
En su mente se comenzaron a dibujar extraños grabados muy familiares para él.
__ ¿Has tocado el libro? __ Le gritó a su mujer.
__ ¡Dios me libre!, Usted sabe que soy evangélica.
__ ¡Evangélica mis cojones! ¿Acaso eres hija de la biblia cuando te la estoy metiendo por atrás?
__ Usted es un grosero.
__ Ja ja ja ja
Paul bajó al amplio hall del hotel, se había arreglado lo mejor posible, incluso se había puesto el perfume que solo usaba en juntas de negocios y que llevaba para su reunión en Portland. Pero ahora solamente quería volver a ver a la muchacha, era como si algo lo obligara a estar cerca de ella o morirse.
Nadie estaba al costado del hotel, solamente dos perros que se tironeaban un trapo sucio, más allá, bien atrás había un sauce llorón del que colgaba una vetusta hamaca casera, pensó en que Ariadne debería jugar allí justo cuando escuchó unos débiles pasos a su espalda.
__Espero no haber demorado mucho, el abuelo está con Nick en la cocina, de seguro se van a emborrachar y terminarán dormidos.
__ ¿Nick?
__ Es el único empleado del hotel, lleva años con nosotros, lo conozco desde que me trajeron mis padres… Bueno aquí estoy.
Parada y vista de frente nadie pensaría que levaba una triste joroba y que era coja, sin embargo: ¿quién puede asegurar que hay belleza completa o que está necesariamente debe ser como todos piensan?
__ Me gustaría caminar contigo, este pueblo me ha despertado una extraña sensación de que lo he visitado antes.
Ella caminó a su lado, pasaron el sauce y dejaron la parte trasera del hotel tomando un camino de tierra. De pronto Paul comprobó que ella ya no cojeaba y al mirar sus piernas vio que llevaba una bota especial en la más corta.
Continuará.