Hortensia y el muchacho del tren
Por: Darío Valle Risoto
Su concha era una cosa increíble, Ismael se quedo mirándola largos minutos como extasiado, no había igual ni en los cuadros de Van Gogh ni en las majestuosas obras de Miguel Ángel. Su concha era la filosofía de la vida, la cornucopia de la fecundidad, la novela prohibida de Henry Miller, lo que nunca encontraremos en las putos libros de auto ayuda o en las rubricas ansiosas de las novelas Pulp. Su concha era el centro de un universo que olía a aceites romanos y clavos de olor griegos, a almizcle canadiense y a salvia de frutas aromáticas de las islas Seychelles.
Pero había cierto irónico equilibrio entre esa mata de vellos negros y lo rosado de sus labios anchos como las fauces de un tiburón esotérico presto a morder con ansias los frutos del placer que Ismael estaba dispuesto a regalarle. Ella hacia el amor frenéticamente pero con culpa, la insólita culpa de una mujer casada que tomó un café con aquel desconocido que le habló por lo bajo en el tren diciéndole que su culo apretado era lo mejor desde que el hombre había inventado el fuego.
__Soy una mujer casada y usted es un atrevido señor.
__ Bajemos en la próxima estación para revolcarnos en un hotel dulce señora, le apuesto mis cojones que jamás tendrá orgasmos como los que puedo producirle.
Ella lo miró, estaba de espaldas a él y se volvió cuando atrevido le hizo esa asquerosa proposición, a ella, a la señora Montiel, una dama de su casa con cuarenta años muy bien llevados y con una década o más de abstinencia sexual.
Lo siguió con la cabeza dándole vueltas, su marido estaba por una semana en Londres y ella otra vez sola aunque tampoco lograba en la compañía de Arthur más que un lamentable sucedáneo de placer que solamente llegaba a buen fin si se masturbaba llorando sola en el baño luego de que su marido eyaculaba febrilmente y siempre de forma precipitada.
__Hay una sola vida y mi pene está a punto de salir de mi bragueta y gritar como una anguila desatada a por usted. __Le dijo antes de bajar juntos y ella no supo por qué pero sonrió.
Fue lo último que Ismael le dijo, el también se estaba precipitando por ese hermoso abismo que lleva a todos los amantes del mundo a conocer un segundo la eternidad tan prohibida a los mortales. Ella se dejó llevar, bajaron en Doulón, un pueblito blanco y desaprensivo donde encontraron en su único hotel un cuarto que olía a naftalina pero importaba un soberano carajo.
___Me llamo Hortensia. __Le dijo cuando él le sacaba los zapatos, le bajaba la bombacha y subiéndole el vestido hundía su cabeza entre sus piernas aún temblando y ya en medio mojadas de desde antes de dejar el tren.
Hubo un caleidoscopio que compartieron ambos cuando el sol de la tarde pasó por una sucia ventana confundiéndose con unas cortinas con margaritas estampadas sobre fondo azul. Ella gimió y lloró cuando el quitó su rostro y lo pudo ver con esa barba cuidada, sus ojos pardos y su cabello ensortijado.
__Esto no puede estar pasando…soy una mujer ca…
Ismael sacó unos finos puros de Portugal y le ofreció uno, no bien habían hecho el amor por dos veces su cuerpo blanco estaba desnudo sobre la cama, transpirando y erótico tanto que ya no tenía cuarenta ni veinte ni catorce, era el de una niña de mármol de apenas cuatro dulces años.
Hacía años que Hortensia no fumaba pero lo aceptó, hubiera aceptado cualquier proposición desde ser penetrada por un rinoceronte a dejarse violar por doscientos esclavos negros. En ese momento estaba felizmente derrotada.
Ismael se sentó también desnudo, tenía poco pelo en el cuerpo, un pene de dimensiones normales y manos de pianista, ella se detuvo jugando con sus pezones, los de el, que desde luego eran pequeños pero estaban duros.
__No se nada de ti. ¿A que te dedicas?
__Soy asesino profesional… el mejor.
Ella rió a carcajadas, tanto que tosió y se sentó en la cama, sus pies era fabulosos, sus arcos perfectos y sus cuidadas uñas pintadas de carmesí le produjeron a Ismael una sensación de estar viendo un cuadro en movimiento justo cuando la tarde daba sus últimos estertores recibiendo a la noche.
De espaldas a ella manoteó la sevillana que en algún momento había deslizado debajo del colchón y la abrió.
Ella no tuvo tiempo de sorprenderse, fue un segundo en que el asesino le separó la garganta y dejó que la sangre fluya y el cuerpo se sacudiera tratando de conservar su vida.
Se vistió lentamente, ella aún sin vida era hermosa. Cuando dejó el hotel ya de noche luego de pagar, se fue meditando en que debía pensar en cambiar de trabajo porque comenzaba a involucrarse personalmente y sobretodo porque la concha de Hortensia había sido lo más espectacular que había visto en su vida.
__ No quiero que sufra, si es posible mátela sin que se de apenas cuenta, quiero que muera feliz, si es posible. __Solicitó su marido al contratarlo.
FIN.