El retorno de Yith 8 – Final
Por: Darío Valle Risoto
En la abyecta mente de la cosa, se debatía un conflicto entre volver a eliminar al extraño o cobrarse una demorada venganza contra el viejo ciego y su mujer la bruja. No cabían ni la moral, ni la ética ni mucho menos un sentimiento de justicia en ese cerebro putrefacto que se escondía dentro de la laminada forma de la cabeza de la bestia si es que se podía llamar de alguna manera. Más en alguna parte el grito de una niña se superponía como si desde el fondo de un oscuro túnel el eco del llamado de una justicia más antigua que la creación asomara la cabeza y pidiera… no: que exigiera que la misma se cumpla.
Así fue como la cosa que anidaba en la tortuosa joroba de Ariadne cobró rápidamente la vida de estos dos vómitos de la naturaleza humana y allí permaneció parada sobre sus garras descansando sobre un desparramo de piel, vísceras, cabellos y restos de los que antes fueran seres vivos pero no merecedores de dicho don.
Al salir de la vieja casa su larga cola golpeó el caldero y volcó este sobre parte de las brasas iniciando un incendio quizás reparador y probablemente necesario. De igual manera la voz seguía dentro de la bestia ahora intentando acallar esa forma, tratando de volver a ser lo que era y por lo tanto de intentar quizás una salvación que de ninguna manera podría sobrevenir.
Paul Stocard encontró otra biblioteca al final del otro corredor, de aquel que no tenía la mala imagen del cadáver que había acabado de encontrar, sin embargo al acercarse a los libros que cubrían tres de las paredes descubrió que sobre una repisa faltaba uno pero… ¿Cómo podía saberlo?
Abrió la enorme ventana de la biblioteca y un viento helado le anunció que la noche se iba a cernir sobre él y la comarca presagiando quizás algo que había temido más que la muerte y era su propia locura. Al mirar a la lejanía descubrió las luces del pueblo de Greenville que comenzaban a encenderse al caer la difusa luz del día. También vio una enorme columna de humo hacia el este, sin dudas era de un incendio y no supo como pensó en Ariadne.
__ Espero que no le haya pasado nada. —Dijo en voz alta quizás para convocar algo de buena suerte en un lugar donde esta parecía haberse marchado hacía centurias.
El libro pudo ser grande dado que la forma del polvo faltante determinaba que era un gran volumen sobre una especie de atril o tarima donde pudo ser fácilmente leído ya que a sus cuatro costados descansaban candelabros de pie con enorme velones negros.
Allá en Boston había conocido al profesor Carter quién daba clases en la universidad de Miskatonic. Varias veces le había invitado a sus charlas sobre mitos y leyendas de Nueva Inglaterra y el viejo continente, pero nunca había conseguido el tiempo para asistir. De igual manera el veterano educador siempre le contaba cosas que parecían propias de la imaginación de un escritor demente, más no por eso menos interesantes o probablemente lo disparatado de aquellas historias era precisamente lo que les daba ese halo de interés.
Ahora parecía que todo estaba confabulado para no dejarlo irse de Greenville y para colmo de ello conocer a esa niña, casi una mujer, le despertaban sentimientos encontrados y prohibidos. Se sentó en un enorme sillón apoltronado y se fue quedando dormido mientras todo se oscurecía a su alrededor.
A algunos cientos de metros de allí en el camino que llevaba al pueblo de Greenville una figura se detenía a oler el viento mientras que su cuerpo comenzaba a estremecerse y a cambiar nuevamente. No sabía cómo pero aquella voz de las profundidades más insondables de su primitivo ser habían recobrado del dominio del mismo.
Paul se despertó en medio de una oscuridad tal que apenas cuando encendió un par de velas y recobró el ánimo, tuvo que luchar contra un naciente terror que le había puesto sus pelos de punta. Repasó el camino en su mente y tomando una lámpara de aceite que por suerte pudo encender. En su bolsillo derecho del saco encontró la linterna del hombre muerto que ya no volvió a encenderse por lo que sintió al menos complacido de encontrar la lámpara pero temía quedar de nuevo en penumbras por lo que trató de abandonar la casona lo antes posible.
Cuando dio el primer paso en el exterior se encontró con que bien podría estar en medio de un vacío espacial inmenso, una luna enferma casi rojiza poco ayudaba para tratar de reencontrarse con el camino de regreso pero afortunadamente al sortear el cementerio lo encontró y retomó el camino un poco más tranquilo.
Caminó por un espacio de tiempo indescifrable, por momentos le pareció que estaba definitivamente perdido en ese lugar y que era solamente el fantasma del tipo que fue deambulando por un pasado que creía olvidado. Hubiera dado en ese momento su alma por una petaca con whisky pero a esas alturas ya dudaba de tener un alma dentro de ese cuerpo que por el frío reinante comenzaba a dolerle y mucho.
No supo cómo llegó al hotel, le preguntó al conserje por la muchacha y este le dijo que estaba bien. Mientras cansado y al borde del desmayo subía la escalera el abuelo le dijo que a la mañana un viajante que vendía de pueblo en pueblo iba a pasar por ahí y quizás podía acercarlo a la ciudad más próxima donde tomar su tren.
__ Muchas gracias, caballero. __Le dijo y entró a su cuarto para quedarse completamente dormido y vestido sobre la cama.
__ ¡Próxima estación Portland! __Se escuchó por los parlantes de los vagones del tren.
Abrió un ojo y luego el otro, estaba sobre su asiento de forma muy incómoda, se había dormido sentado y le dolía todo el cuerpo. Su portafolio descansaba sobre el piso, se le había caído y estaba abierto mostrando los documentos que llevaba a la junta que se iba a efectuar en la Prensa del Este.
Miró su reloj, estaba a tiempo de llegar, rentar un cuarto y darse un baño antes de que dieran las nueve, la hora de trabajar.
Se dio masajes en el hombro derecho, le dolía de forma infernal, tomó el bronco dilatador del bolsillo del portafolio y se dio una dosis.
Poco a poco recobró la movilidad, arregló los documentos lo cerró, miró por la ventanilla. Afuera el típico paisaje campestre del este comenzó a mostrar casas de campo, luego barrios bajos y finalmente los edificios crecieron hasta mostrar una modesta pero gran ciudad que es Portland.
Antes de bajar pensó en que durante la noche había soñado algo pero no recordaba que, de todas maneras sin saber exactamente sobre que había sido su sueño estaba seguro de que era una pesadilla porque el corazón aún le palpitaba de forma extraña.
Al abandonar el tren tomó un taxi en la estación, el chófer era un indio que escuchaba música de su país a todo trapo y le tuvo que pedir que baje el volumen porque comenzaba a dolerle la cabeza.
Fue cuando se estaba bañando en el hotel que comenzaron algunas imágenes como flashes a mostrarle cosas antes nunca imaginadas pero que de alguna manera eran demasiado convincentes como para ser producto exclusivo de su imaginación e inexorablemente comenzó a hacerse a la idea de que todo eso que se le volvía a despeñar de sus más oscuros recuerdos eran parte de algo tan vívido como real y espeluznante.
Cuando por fin terminó de darle forma a cada uno de esos recuerdos se tiró por la ventana del doceavo piso.
FIN