Aquellos Días de Radio
Por: Darío Valle Risoto
Allá por el año mil novecientos noventa y cinco comencé a hacer radio en una radio comunitaria, venía de la amarga experiencia de haberme presentado con un proyecto en la radio El Puente y este fue rechazado sin demasiadas explicaciones y luego me vengo a enterar de que presuntamente estaban disgustados porque les había enviado gente que se había ofrecido para hacer programas y eso no fue bien visto.
Nunca supe si eso fue verdad pero en síntesis se trató de que no les caí bien y porque había cierta persona que no me quería allí y listo, lamentablemente como muchas otras veces en mi vida me di cuenta que los cobardes te rechazan de costado y sin dar la cara porque carecen de argumentos y cojones para hablar de frente.
Después de todo no era para hacerse muchos problemas ya que se trataba de algo honorario que ni siquiera me iba a dar alguna ganancia y si mucho trabajo. Por lo tanto cuando fui aceptado en radio Alternativa sin demasiadas vuelas me sentí contento y traté de ser lo más profesional posible con mi primer programa: “Cuerdas de acero” que era de una hora y se dedicaba difundir Hard Rock y heavy metal entre otros.
En aquellos momentos estábamos en transición entre los cassettes y los compactos por lo que llevaba todos mis cassettes con los temas “en boca” listo para difundirlos y tenía a su vez una lista programa a programa para hacer seguimiento y no repetirme. Curiosamente cuando estudié comunicación mi interés estaba en los medios escritos y no en la radio aunque desde luego tuvimos mucha práctica en la sala de radio de la universidad del trabajo.
Aparte de hacer mi programa pagaba una mensualidad para sustentar la radio que era muy libertaria y tuve mis primeras experiencias con asambleas de los diferentes programas que se diferenciaban bastante de mi experiencia sindical porque era notorio que muchos jóvenes carecían de la madurez necesaria para cumplir las resoluciones que muchas veces ellos mismos habían votado o no, porque de eso se trata la participación y la autogestión.
Desde un principio me opuse al consumo de alcohol o mariguana en la radio, también a fumar adentro, mucho antes de la ley que hoy en Uruguay prohíbe hacerlo, porque el humo del cigarrillo perjudica gargantas y equipos y eso en radio no es para nada conveniente. Pero fue prácticamente infructuosa mi lucha a veces como un grito en el desierto o como hablarles a los sordos y los acontecimientos me fueron dando la razón.
Una pelea en una comida de fin de año con rostros sangrando y vecinos disgustados fue el resultado de la ingesta de vino y que un compañero fumeta le robara la bicicleta a otro para comprar droga fueron los frutos de una mala interpretación de lo que es ser libres y me fueron convenciendo de que en el grupo estaba muy fuera de ambiente. Para colmo comprobé que presuntos compañeros que hasta habían representado a la radio en convenciones fuera del país se hacían los “loquitos” y no iban a las jornadas de limpieza o para reparar los nuevos estudios que habíamos conseguido en Nuevo París después de mudarnos del barrio La Teja.
Comencé entre otras cosas a calentarme mucho porque no me entregaban el programa en hora solo para hablar pavadas o pasar alguna canción, me mostré muy disgustado porque se robaban los discos o porque no me los prestaban a mí que los devuelvo siempre y sin embargo encontraba tipos muy raros dentro de la discoteca revisando lo que era propiedad de todos nosotros.
Gasté mucho dinero comprando discos (Copias piratas) para tener siempre música diferente a la del resto de la radio porque era frecuente que se repitieran los mismos estilos y las mismas canciones dentro de los programas transformando a la radio en un emulo “anarquista” de las radios formales que siempre pasan más de lo mismo.
Para colmo llevé gente a la radio a trabajar conmigo que luego se pusieron sus propios programas y comenzaron a mostrarse en clara oposición con mi forma frontal de pensar y hasta fui censurado por un cuento que escribí motivado por uno que se había gastado el dinero de la tesorería sin mayores explicaciones. Por no tolerarlo fui el malo de la película y me fui quedando más solo que Adán el día de la madre.
Pero no todas fueron amargas, afortunadamente entre mis pocos oyentes tuve especialmente en mi más largo programa: “El Diccionario del Diablo” la satisfacción de contar con mucho respeto de uno y otro lado al punto que casi un año después de dejar la radio me contactó una chica para agradecerme y decirme que fui el mejor programa. Cosa que desde luego no es cierto pero al menos si es verdad que respeté a todos los oyentes.
Al fin un buen día se metieron en el estudio en plena transmisión, dos sujetos que sin ningún tipo de respeto se creyeron en casa y a sus anchas me pusieron en la disyuntiva de romperles la cara al aire o contar hasta diez y explicar que ese era mi último programa, eso fue en el año 2007 luego de más de quinientas horas al aire de “El Diccionario del Diablo”.
Me fui por la paz y confieso que me dolió mucho más que nadie, absolutamente nadie de la radio siquiera me preguntara que había pasado, ni siquiera quién creía mi amigo y así volví a convencerme que los seres humanos no tienen límites para lo mezquino pero mi paciencia sí.
Comprendí que me cuesta trabajar en equipo porque querer hacer las cosas bien parece un contrasentido en este país, que las pequeñas corrupciones nunca terminan bien ni quiero ser cómplice de ellas, pero también acepto mis errores. Aquel día amonesté a uno de la radio porque estaba fumando y el tipo me dice que yo había difundido la semana anterior una canción de la lista política de la 609 y que eso estaba prohibido por asamblea. Acepté mi error, pedí disculpas y eso lo dejó consternado porque quizás había esperado que tratara de defenderme, después me dice otro que el tipo, si, el mismo tipo que después se gastó el dinero de la tesorería quería pasar por mi casa porque se había sentido mal al denunciarme aquella falta. Le dije que a mi casa solo entran mis amigos. Así soy yo, que le voy a hacer.