El conocimiento vencido por la apatía globalizada
Por: Darío Valle Risoto
Técnico en Comunicación Social
Difícil es establecer una fecha desde donde contar hacia este presente y lamentablemente imaginar hacia el futuro la crisis de la educación y por ende del propio conocimiento humano. Probablemente este estado de cosas esté ligado como casi todo a las nuevas formas de producción de bienes y servicios y tras el advenimiento de la llamada revolución industrial podemos encontrar en una nueva concepción del individuo ya no solamente como ser consciente de si mismo sino y por sobre todas las cosas como consumidor.
Las ciencias sociales han encontrado ciertas pistas de hacia donde se encamina nuestra sociedad global, más no han aportado soluciones y solamente tenemos un buen diagnóstico quizás del declive de aquel valor llamado: Conocimiento. Sería de ciegos no admitir una severa crisis en la educación global que salvo pequeñas excepciones parece ir a por un ser humano que solamente sabrá hacer uso de dispositivos electrónicos cada vez más versátiles y sin embargo tendrá severas dificultades para hablar y/o escribir correctamente. Con “correctamente” me refiero a la capacidad de ser comprendido y a la vez comprender a sus semejantes lo mejor posible.
Porque el ejercicio de la comunicación efectiva necesita imperiosamente de un código mínimo común y la palabra escrita es una herramienta valiosísima aunque no la única para esta, más estamos en una generación de lo audiovisual donde todo parece explicarse en un video de pocos minutos y por lo tanto estamos en un enorme brete cuando las nuevas generaciones no saben expresar ni la idea más simple en forma escrita y ni que hablar por medio del habla.
Algunos idealistas no se preocupan de que la gente no escriba ni hable como antes porque sostienen que solamente están cambiando los soportes y estamos frente a nuevas formas de comunicación. Permítaseme dudar y mucho de esto cuando no me es posible que un grupo de alumnos universitarios interprete un texto que hace unas dos décadas era para escolares.
Si bien es cierto que la gente ha cambiado sus formas de lecturas han perdido la capacidad de leer en voz alta un texto y eso es sustancialmente importante a la hora de establecernos como seres hablantes y/o pensantes. Ni siquiera un párrafo conocido por todo un grupo de alumnos ha escapado del fracaso de una lectura que parece interpretada por seres propios de la etapa Neanderthal.
A esto debemos sumarle una apatía generalizada hacia todo lo que implique pensar y razonar sobre algunos temas, ni que decirles si estos se tratan de política o sociedad. Los que antes nos aplastaban con eternas discusiones sobre tópicos como la derecha o la izquierda hoy han sido fagocitados por grupos homogéneos de jóvenes que solamente parecen vivir para teclear incesantemente en sus dispositivos móviles. Pensemos que si bien antes era difícil captar la atención en el alumnado sobre un tema de estudio por más de tres o cuatro minutos, hoy día no sobreviven ni veinte segundos la atención y las miradas sobre el docente.
Una tarea titánica parece ser compartir conocimientos y resulta paradójico que justamente en un momento en la historia donde prácticamente cada ser humano puede tener acceso a toda la información o a una gran parte de ella, no les interese prácticamente ningún tema, al menos un tema con algo de peso intelectual.
La frugalidad, la fragilidad y la fugacidad son las tres “efes” que se dan la mano con el sensacionalismo cuando abordamos la mayoría de los medios, estos como espejo de la sociedad se retroalimentan día con día del declive de aquel pensamiento intelectual que antes admirábamos y hoy se torna por lo menos aburrido. En Uruguay desde la generación del 45 no hay intelectuales que sea interesante escuchar en aquellas maravillosas tertulias donde se abordaban con altura casi todos los temas que hacen a la condición humana.
No podemos resignarnos a nuevas generaciones que dependan de una pantalla táctil para conocer sobre algo y que cuando cambien de aplicación ese dato muera en una superficie alimentada con música plancha y esa nefasta sensación de que nada importa, que todo vale menos que nada y mucho menos el disfrute intelectual de aprender cada día más sobre lo que sea. Enceguecidos por el consumo hemos parido nuevos seres humanos desprovistos de curiosidad intelectual. Ávidos estos de repetir una y otra vez hasta el cansancio: el mismo chiste, la misma monotónica melodía están transformándose en una suerte de zombies solamente funcionales para una cadena de producción y fácilmente gobernables por pobres y mediocres políticos que hace cincuenta años solamente hubieran podido acceder a la portería de un edificio y esto lo digo con perdón de tan humilde tarea. Pero ustedes comprenden a que me refiero.
Tenemos innumerables pistas sobre el declive del conocimiento humano cuando abordamos soportes de conocimiento como el cine, los libros, la televisión, Internet y ni que decirles sobre las redes sociales donde es prácticamente imposible encontrarnos con información que no sean la guarangada del día o la nota pintoresca y por ende absolutamente banal. así mismo la literatura se ha banalizado, las películas son todas sobre la misma receta y en internet es difícil encontrar sitios donde aprender algo realmente útil.
Hoy día los que tenemos un abordaje más o menos regular sobre temas de actualidad y que sabemos tres o cuatro cosas sobre diversos ámbitos somos tomados por intelectuales y eso es una pista realmente preocupante sobre la caída de ese enorme valor llamado: conocimiento.
En una sociedad de consumo donde existir es acumular objetos y todos quieren sus cuatro segundos de fama, es muy difícil al menos para mi pensar en retornar a aquellas fabulosas conversaciones donde se compartían experiencias, saberes y por sobre todas las cosas: respeto intelectual.
FIN.