Neo vampiros 114: No soy Homo…

Neo vampiros 114
No soy Homo
Por: Darío Valle Risoto

Paula se despertó como nueva, se levantó, estaba totalmente desnuda, abrió las cortinas y el sol entró veraniego aunque era invierno pero entró atropellando y llenando la habitación de rubio oro. Andrea seguía durmiendo de espaldas a ella con su piel joven plagada de pecas.
En un gesto automático Paula levantó las bragas celestes de su amiga del piso y las olió sintiendo el suave perfume de la excitación de la noche.
En ese momento su compañía se dio vuelta y mientras buscaba sus lentes sobre la mesa de luz estirándose y mostrando sus pechos breves Paula provechó a alcanzarle su ropa interior.
Se puso también su ropa, luego encontró sus jeans a los pies de la cama y también su camisa blanca. Se asomó a la puerta y tras saludar a la empleada le pidió que les traiga el desayuno a la cama.
_ Prefiero tomarlo en la cocina, me tengo que ir temprano. ¿Qué hora es? _ Preguntó Andrea aceptando su propia ropa que también estaba regada sobre la alfombra de manos de Paula que la miraba a los ojos.
_ Son apenas las siete de la mañana y es domingo. _ No soy torta, no te confundas, anoche tomé demasiado en la reunión y…
_ Y te viniste a coger conmigo, como quién no quiere la cosa. _ Sonrió Paula con cierto pequeño y culpable sentido del humor. __ Isabel, vamos a desayunar en la cocina, gracias, disculpa la molestia.

Cuando sacó la cabeza de fuera de la habitación Andrea ya se había vestido, era un poco más baja que ella y más delgada pero con buen cuerpo. Un cuerpo que se había tomado el dulce trabajo de recorrer con sus manos y sus labios.
__ Me tengo que ir. __Dijo visiblemente alterada y Paula la dejó salir, no recibió ni siquiera un beso de despedida.

Fue al baño, se lavó la cara y al acercarse a la cocina encontró el suave aroma del café con leche y los bizcochos calientes. Isabel estaba de espaldas lavando unos platos a mano.
_ ¿Por qué no usas la lava vajillas? _ Prefiero a la antigua señorita, si no es problema.
_ No me digas ni señora ni señorita, sé que sos nueva en esta casa, lamentablemente la antigua empleada se fue a sus pagos y ella como vos era muy educada, pero no hace falta tanto protocolo. Soy Paula y como verás en esta casa pueden pasar cosas raras. Ella permaneció en silencio. _ Esta noche me acosté con otra mina, espero eso no te moleste, pero para tu tranquilidad y tal vez la mía, los hombres todavía me siguen gustando, así que digamos que soy: bisexual o como quiera que le llamen. Sonrió disfrutando de ponerle manteca a un croissant salado. No, yo no juzgo seño… Paula.
__ Hablando de cosas raras, tengo una amiga que puede venir de noche y aparecer como un fantasma sin aviso, es un tanto… particular. Se llama Lorena, Lorena Luna y no le tengas miedo, se porque te lo digo, es bastante callada, parece muy joven pero no lo es, las apariencias engañan Isabel, engañan mucho.

La empleada terminó de guardar los últimos platos tras secarlos lentamente con un repasador. Era una mujer cuarentona que aunque prolija en su apariencia demostraba pertenecer a una clase muy diferente a la de Paula.
__ Voy a arreglar su cuarto.

Paula desayunó mirando a los pájaros en el jardín. Antón su perro ovejero aunque ya medio viejo igual corría a algunos como si los pudiera atrapar.
Encendió la pequeña televisión de pantalla plana de la gran heladera y no se sintió para nada asombrada de los titulares.
_ “Sigue el misterio de los asesinatos de militares, ex militares y políticos asociados al golpe de estado de 1973, fuentes confiables aseguran que se trata de diferentes victimarios aunque hay cierta tendencia a creer que se trata de un comando subversivo” _ Paula tiene razón, estos periodistas en su mayoría son unos lameculos de todo gobierno de derecha, lacayos, mandaderos, unas verdaderas mierdas.
Terminó su último biscocho y fue a lavar la taza y los pequeños platos al lavabo.

A algunos kilómetros de allí Lorena permanecía dentro de su ataúd pero con los ojos abiertos, sentía verdadera curiosidad por el tropel de ruidos diurnos que copaban sus sentidos, por los olores, por las diversas señales de que el mundo vivía más bajo la luz del sol que bajo la insondable mirada de la luna.
Pensó en sus padres, muchas veces antes de conciliar su sueño les recordaba como esas figuras borrosas de padre y madre quitados de su vida abruptamente y bajo el abrigo de una oscuridad de las enormes alas de un ave gigantesca y sedienta de sangre que se abatió sobre las familias de américa toda.
Sentía también cierta nostalgia por Henrich, aquel hombre que le había regalado un don que sin embargo podía ser un pesado lastre a la hora de querer ser normal.
__ ¿Qué es normal?

Juicio y castigo

Comprobando que eres humano… (Cuento)

Comprobando que eres humano…
Por: Darío Valle Risoto

__Haga clic y espere treinta segundos

El tiempo se dilata sobre la cola de mi gata que aunque duerme ella, la misma, la cola se sigue moviendo. Estará soñando con algo o es una especie de tic o plic o clic nervioso.

__ Un anuncio de un dispositivo para agrandar mi pene._ Una nota sobre las maravillosas funciones del diente de ajo _ Otro político dando un repetido discurso sobre el genocidio Palestino perpetrado por Israel.

Mi gata bosteza, me mira y se pone de espaldas dándome el culo para continuar durmiendo. Ya no mueve la cola.
__ Luego de los anuncios le diremos cuan humano es usted, no desespere, solo faltan 842 segundos y cuatro décimas y así podrá disfrutar de nuestra película.

Por la ventana entra la brisa del primer día de marzo del dos mil veinticuatro, parece mentira… casi un cuarto del nuevo siglo y aún seguimos plantando imbéciles para cosechar estúpidos.

Ayer subió una rubia (teñida) al colectivo, me miró raro. La comprendo, soy el único tipo que sigue usando tapabocas en el transporte público. Es que la gente me da repulsa y no me gusta que cualquier cristiano me respire a escasos cuarenta centímetros de la cara, no es nuevo, ya desde niño me dan urticaria mis semejantes. Pero la flaca no está nada mal, se sienta adelante y se comienza a trenzar el pelo (teñido), luego mira a la que está a su lado y también saca el celular… como para no ser menos.

Compruebo una vez más que soy uno de los pocos que viaja sin mirar la pantalla de su dispositivo y prefiere ver a la calle y a ese perfecto sol golpeando los árboles para desparramar sombras de hojas fantasmas sobre las aceras calientes.
A veces sube alguna veja con tapabocas y noto cierta solidaridad en su mirada cuando choca con el mío propio de color negro, pero hoy soy el único “precavido”.

La rubia y la otra se bajan a la altura del Shopping, ahora comprendo porque están tan bien arregladas, seguro trabajan en algún comercio por el mínimo nacional y obligadas se tienen que bañar y maquilar todos los días. Con razón cuando vas a preguntar o comprar algo te tratan como el culo.

_ La página que usted busca ya no existe. Error 404, toque el timbre para bajar con tiempo, este ómnibus carece de frenado atómico, disculpe pelotilla. _ Ponga “me gusta” y le regalamos una chupachupa sabor oxido de carbono auspicia: Poca Cola.

Miro a donde estaba la gata y ahora hay una ausencia felina, se debe haber ido caminando como un ser invisible sobre sus patitas almohadilladas. Escucho que pelea con el hermano en la planta baja, nunca se sabe si se quieren o se odian.
_ Haga clic y a lo mejor le explicamos el sentido de la vida. _ Ya lo sé.
_ ¿En serio?, No se haga el listo si quiere ver la película, con la web no se juega. _ Váyanse a la mierda.
_ Suspendido treinta días por incitar al odio. _ No estoy incitando nada, es odio de verdad carajo.
_ Suspendidas todas sus páginas porno por una década. _ Me chupa un huevo.

Por suerte conservo mis Hustlers y Playboys en una caja.
La gata sube y se pone exactamente en el mismo lugar donde dormía antes, su hermano la sigue pero enfila para el otro cuarto.
_ Haga clic, solo faltan cuatro segundos. _ Listo
_ ¿? _ Lamentamos comunicarle que la película fue dada de baja por la fundación de acosadores sexuales “Wenstein” y que usted no es humano sino una lagartija marciana.
__ Ak ak ak

FIN.

La Pálida visita

La pálida visita
Por: Darío valle Risoto

Horacio sufría de Insomnio, largas horas no pudiendo dormir. Ni leer, ni escribir, solamente los ojos abiertos mirando al techo o a la nada mientras la mortecina luz de la lámpara ilumina viejos cuadros en las paredes de su cuarto.
Horacio miraba a los profundos y abismales silencios de una noche que se resistía a cerrarse sobre su aterida mente. La extrañaba, su mundo se había dado vuelta y parecía no tener remedio.

Alguien golpeó con fuerza el aldabón de la puerta de la casona y el acudió a atender, eran las diez de la noche y por lo tanto no eran horas de visitas inesperadas…menos la de ella.
Cuando abrió no sin cierto temor a ser abordado por un ladrón no pudo creer lo que sus ojos veían: Andrea había vuelto.
_ Pero… _ Me tienes que invitar a entrar sino no puedo. __Escuchó su voz que ya no era su voz sino una plegaria cascada pidiéndole entrar, sonaba extraña y lejana sin embargo era la voz de ella. Ese ruego de ultratumba lo estremeció pelo por pelo, cada micra de su joven ser se conmovió como las islas rocosas que resguardan esos faros que de forma perenne son fantasmas de la más oprobiosa soledad.
Ella, nada menos que ella estaba allí delgada y parada frente suyo mirándolo como si sus ojos de extraña expresión lo sobrepasaran hasta anidarse en la pared más lejana del corredor de entrada.

La observo a punto de desmayarse de angustia, de felicidad y de miedo porque Andrea había muerto, la habían dejado bajo tierra en el cementerio central hacia exactamente una semana.

La miró a los ojos y se perdió en ese otrora azul mar que ahora tenía color gris de tormenta, su rostro triangular estaba más pálido que la luna y sin embargo seguía siendo el de su amada Andrea. Andrea por siempre Andrea.
_ Estas muerta. _ Estoy parada aquí, hace frio, me tienes que invitar a entrar sino no puedo.
_ Estas muerta. _ Creo que sí.

Dijo mirándose las manos. Tenía puesto el vestido negro conque la habíamos enterrado aquel domingo lluvioso de Junio luego de perderla en la fría cama del hospital, luego de llorarla en silencio y compartir con familiares y amigos la muerte de esta maravillosa mujer de tan solo veintisiete años. Si no me invitas… Tengo sed, tengo hambre, siento frio. Fueron sus palabras ante Horacio que sentía que le temblaba la voz, le temblaban las piernas, le temblaba el corazón.

Los vampiros no existen, solo son personajes imaginarios de…
Le dijo cuando ella intentó sonreír y le vio dos colmillos de mármol asomando de sus labios color violeta.
_
No sé lo que soy, ese hombre me mordió, me sacó del cajón y me dijo que no estaba muerta, que tenía un regalo para mí y que me lo había dado antes de dejarme salir… tengo frio.
_ ¿Qué hombre? _ Me tienes que invitar a entrar sino no puedo hacerlo, son las reglas, el me lo dijo.

Horacio no pudo más y la invitó a pasar y parecía que el invierno entraba con ella congelando las habitaciones de la casa que alguna vez fue de los dos y ahora parecía recibirla con enormes dudas sobre la calidad de su existencia.
_ Te puedo convidar con algo: un café, té, lo que quieras. _ Necesito beber sangre o me voy a morir definitivamente.
“Definitivamente” parecía una palabra demasiado extraña en boca de su pareja muerta hacia una semana pero que ahora estaba sentada en el living oliendo a naftalina y flores marchitas.
__ No sé qué hacer, esto no puede estar pasando, debo estar dormido, aunque es demasiado real para ser un sueño, te veo allí pálida, blanca como el mármol y siento que no estás acá sino en otra parte. ¿Sangre?, ¿Mi sangre?

Ella entró caminando en absoluto y lapidario silencio hasta sentarse en el sofá. Horacio prendió la luz de la sala, la vio reflejada en el vidrio del combinado donde apagado el tocadiscos aún tenía a Ella FitzGerald.
_ No sé qué hacer…no lo sé Andrea. Ella bajó la cabeza, su largo cabello negro brillaba a la amarilla luz de la lámpara de pie, él se sentó a su lado y ella se estiró para besarle la frente depositando sus canosos labios helados como el mármol más frio de una catacumba griega. _ Me tengo que ir, pero ya puedo volver cuando quiera porque me invitaste.
__ Esta siempre será tu casa, sabes que te amo.

Ella desapareció en una nube de niebla espesa que poco a pocos e transformó en nada y Horacio pensó que solo había sido un extraño sueño. Pero desde ese día lo visita prácticamente todas las noches y se va antes del amanecer.

FIN

Días del pasado que no han pasado (Sobre los viajes en el tiempo)

Días del pasado que no han pasado
Por: Darío valle Risoto

Me había obsesionado la película, la idea de ese tipo de viaje en el tiempo hasta antes de verla ni siquiera me lo hubiera imaginado y sin embargo estaba ahí, era la mejor posibilidad, la más factible, claro que dentro de un esquema más hermanado con la fantasía que con la realidad.

Me tomaba largo tiempo tirado en la cama meditando la historia de los X-Men en que Logan, es decir: “Wolverine” viajaba desde un futuro cercano en ese momento su presente, a su propio cuerpo pero allá por los años setentas. ¿Y si fuera posible? Eso era fascinante y respetando la gran idea de H.G.Wells sobre una máquina o artilugio para ir en cuerpo a cualquier época pasada o futura esto parecía mucho más posible, más real y por lo tanto debería intentarlo.

El tema de los viajes en el tiempo, es decir, la llamada: “cuarta dimensión” es motivo de intensos debates porque por ejemplo viajar al futuro resulta algo extraño ya que este aún no ha transcurrido y por lo tanto es factible de constantes cambios a medida que nos vamos adelantando en el tiempo, los viajes al pasado traen inmediatamente la idea de la paradoja temporal en donde si por ejemplo vamos a unos cuantos años atrás y matamos a nuestro abuelo cuando niño, solo por citar un ejemplo, entonces nunca habríamos nacido y por lo tanto ¿Cómo íbamos a ir en un viaje a hacer esto si nunca nacimos?

Volviendo a la película de X-Men titulada: “Días del futuro pasado” tenemos a Logan tratando de cambiar ciertos acontecimientos que hicieron del mundo un verdadero infierno y por lo tanto en este caso se asume que cualquier cambio en el pasado si afectaría el presente. Esto tomando en cuenta que hay una única realidad por más que esta pueda ser manipulada. Aquí tenemos el cuento: “El ruido del trueno” de Ray Bradbury donde es posible viajar al pasado bajo la premisa de que nadie puede tocar ni alterar nada so pena de cambiar el futuro hasta que alguien inadvertidamente pisa un insecto provocando que el futuro cambie y generando a través de diversas consecuencias como quien tira una piedra a un lago que las hondas determinen un mundo diferente en este caso una civilización fascista. El efecto mariposa ni más ni menos.

Tenemos aquí un dilema: si viajo al pasado y cambio algo corro el riesgo de que al volver al futuro haya tantas alteraciones de la realidad que hasta yo mismo podría haber muerto a causa de ello o tener cambios impensados en mi vida. Por otro lado tengo la posibilidad de quedarme en el pasado y conociendo el futuro ir propiciando cambios favorables en mi entorno e incluso llegar a tener mucho dinero dado que por ejemplo conocería ciertos resultados deportivos o lo que es más interesante me adelantaría a la tecnología por venir y por ejemplo le ganaría de manos a Bill Gates transformándome en un genio de la internet.

Otro tema es que sabiendo las cosas negativas que me van a ocurrir como por ejemplo la muerte a bastante joven edad de mis padres: mi padre con 57 y mi madre con 60 años, trataría de que ambos previendo sus enfermedades tengan los recaudos apropiados y así que ambos pudieran vivir más tiempo. Por otro lado mi niñez con enormes ataques de asma sería un problema ya que no querría volverlo a vivir y ante la imposibilidad de llevarme por ejemplo medicación de este tiempo estaría realmente jodido repitiendo aquellas horas de internación casi sin aire en los pulmones.

Viajar en una máquina sería mucho más interesante aunque reitero que ese viaje de la película de una mente del futuro al pasado dentro de un mismo cuerpo sería a mi parecer mucho más posible y entonces de esta manera tendríamos a un joven e trece años allá por 1975 a un extraño sujeto con la mente y los conocimientos y recuerdos del 2023 lo que sería un interesante guion para una película sobre todo porque hasta su forma de hablar se vería alterada con palabras desconocidas en esos tiempos como: Internet, web, Wi-Fi, Youtube, teléfonos celulares, pantallas planas, etc. Ni que decir que llamar a un negro: “Afrodescendiente” o incluso hablar con ese absurdo lenguaje “Inclusivo” sería motivo de alguna extrañeza y posiblemente un viaje a un centro siquiátrico.

Habría que adaptarse como por ejemplo hay múltiples cosas que uno con el tiempo olvida, tendría que preguntar por ejemplo a que salón del liceo iba, donde me sentaba y como se llamaban la mayoría de mis compañeros, correría el riesgo de olvidar a una de mis primeras novias o confundir a esta llamándola con un nombre equivocado, ni que decir que encontrándome en plena dictadura en el Uruguay debería vivir al enorme frustración de que en ese momento se estaba “desapareciendo” gente y torturando en los cuarteles mientras nuestras vidas más o menos seguían transcurriendo ajenas y sumisas a esta terrible realidad.

Me encontraría con la dificultad de tratar de razonar con mis padres que su relación no iba nada bien porque no sabían comunicarse debidamente y tendría que desnudar sus defectos allí sentados en torno a la mesa de aquel humilde cuarto de conventillo lastimándolos de mil formas para que puedan sacar ese potencial que sus vidas habían hecho esconder bajo la terrible rutina de las discusiones diarias y la repetición de diversos actos absurdos como dejar de hablarse o los constantes reproches por situaciones económicas muy difíciles de cambiar.

Trataría de que mi padre explote todo ese fabuloso don de poder reparar prácticamente cualquier artilugio electrónico casi sin mayor ayuda que su inteligencia y un destornillador y que mi madre sea menos radical a la hora de juzgar a conocidos y parientes. ¿Y qué pasaría con el transcurso de los años? Esa pregunta no es nada con la idea subyacente de que mi cuerpo de hoy dejaría de existir si mi mente viaja al pasado y se queda allí o en otra posibilidad quedar en estado comatoso lo que sería hasta peor aún.

Otra situación interesante sería viajar solamente en el caso de estar dormido en este tiempo por lo que mi yo estaría solo por espacio de pocas horas al día en el pasado y de esta manera ver si cada cambio hecho allí tiene o no un resultado en el presente. Obvio que preferiría que no haya cambios y que ese futuro alterado formara parte de otro universo porque sería realmente terrible que como el mencionado cuento: «El ruido del trueno” encontrarme conque me despierto casado y con hijos, que soy una mujer o lo que es peor que la dictadura nunca hubo terminado.

Indudablemente los viajes en el tiempo son de lo más interesante dentro de la ciencia ficción y es muy probable que sean imposibles, también he tenido la idea que supongo ya ha sido abordada por algún escritor del género de que sería posible crear un aparato que registre cualquier actividad del pasado por medio del audio y del video tomando en cuenta que la luz y el sonido puedan ser captados independientemente del tiempo en que se generaron y decodificados para que por medio de un artilugio podamos elegir el tiempo y el lugar para ver tanto acontecimientos importantes para la historia de la humanidad como la inverosímil vida del tal Jesús, la batalla de Waterloo o cualquier otro acontecimiento que se nos ocurra y hasta traído a lo cotidiano, por ejemplo saber que conversan nuestros políticos a la hora de tener sus reuniones puertas adentro. Ni que decir que comprobar por ejemplo que nuestra señora esposa se ha acostado con el cartero que por eso siempre llama dos veces.

Extraña socia: La Muerte

Extraña socia: La Muerte
Por: Darío Valle Risoto

Aquel verano del año 1997 me encontré con hepatitis. Amarillo como Kung Fu en medio del desierto californiano, me vi a mi mismo sentado en la reposera de casa viendo caer la tarde y sin fuerzas para alargar el brazo un metro y prender la luz de la cocina. Me quedó gravado el momento porque en ese preciso instante no sé por qué reflexioné en que estaba absolutamente solo en el mundo ya que soy hijo único y mis padres habían muerto él en 1983 y ella en 1995.

Allí sumido en la oscuridad sin siquiera un gato que acariciar pensé en que no tenía más remedio que “apechugar” porque solamente dependía de mí mismo por más que afortunadamente tuve pocos pero escasos amigos que en esos dos meses de convalecencia me traían alguna verdura hervida a mi casa. Eduardo había fallecido en 1994, no creo que fuéramos precisamente amigos pero si tengo la convicción que fue quién modeló gran parte de este anarquista que soy ahora o al menos pretendo ser. Juan que si fue mi amigo murió por el año 1998 pero no lo recuerdo bien porque precisamente perdí su amistad cuando me visitó al final de mi convalecencia empecinado en que tomara del whisky que traía.

Otro muerto importante de esta pésima colección fue mi primo Sergio que murió en el año 2004 tras más de una década de sufrir una aplasia medular de la que solamente era el vencedor porque le sobraba entereza y “huevos” para sobrellevarla hasta que la muerte lo venció. Puedo decir que aquella ocasión en que me sentí tan solo no tenía idea de que sobrevendrían en esta cosa de vivir algunas ausencias más, hasta que le toque a uno, claro.

El tema que me atrapa desde niño es esa cosa de la muerte y no es cosa ni siquiera novedosa porque probablemente luego de la estupidez de creer en dios y casi de la mano la convicción de que estamos de paso por la vida ha mantenido a la humanidad en una constante e inagotable revisión de lo que significa dejar de existir. Afortunadamente conté con la inapreciable y particular visión de mi padre en claro contraste con las innumerables supersticiones de mi madre en el sentido de que te mueres y listo: No hay más nada.

Pero igualmente y aunque muchos sepan de esto la mayoría viven (o vivimos) como si fuéramos eternos aunque al pasar los años y mirarnos al espejo poco a poco la parca nos va a ir soplando en la nuca su aliento helado, amén de que vamos recolectando ausencias y acariciando recuerdos de los que ya no estarán jamás a nuestro lado.

Con bastante regularidad y sobre todo cuando me siento mal de salud pienso en que pude haber muerto de cáncer en 1989 si no me hubiera extirpado un tumor de un testículo y que probablemente me salvé porque acudí a tiempo al médico y la ciencia obró de forma magnífica para que siguiera molestando en este mundo. Por lo tanto a veces creo que la yapa de más de veinte años ha valido la pena aunque entonces pienso en aquellos indispensables como Eduardo y Sergio que indudablemente habían hecho más por el mundo que un servidor, pero nadie conoce realmente cómo funciona la ruleta de la existencia. Podría agregar a la lista de indispensables a mi propio padre en el sentido de que a tantos años de su inmensamente triste muerte pienso una y otra vez en lo esquiva que le fue la suerte a un tipo de tanta nobleza e inteligencia innatas pero que no dejó solo y tan pobre como había nacido.

Detesto así mismo la nostalgia y aunque al decir de Benedetti: “Nostalgie” bastante seguido estoy convencido de que vivo mi mejor momento y de que el mundo es mucho mejor a aquel de mi niñez o de mi juventud, quizás porque de alguna manera aquellos ausentes, los mismos que solo a un servidor le merecen la pena recordar hicieron algo, un “alguito” para que los que quedamos estemos bien.

Neo Vampiros 110: Basta de Nostalgia

Neo Vampiros 110
Basta de Nostalgia
Por: Darío Valle Risoto

Vivir de recuerdos alimenta las llamas de la derrota, pensar que todo tiempo pasado fue mejor alienta un futuro descorazonador; sin embargo los uruguayos viven con un pie en el pasado solamente para hacerlo bueno, nunca aceptarán que el pasado fue mil veces peor que este presente de mierda.
Lorena sabe que pronto va a amanecer pero disfruta del frio de la madrugada que hiela la piel y enfría la sangre dentro de sus venas que comienzan a volverse antiguas.
Jacqueline se lo contó todo, de “Pe” a “Pa” dirían los viejos de antes, no sabe cómo pensó en eso y quizás su memoria revive una vez más a la querida abuela que la crio y que tenía esas frases a flor de su piel de gallega. Una samurái que había venido a matarla desde el otro lado del mundo podría sorprenderla si no fuera que hacía años había perdido esa capacidad junto con tantas otras.
Estaba parada en la azotea del palacio Salvo, azotea diezmada por los años y el maltrato de la gente, un techo de Montevideo lleno de basura innecesaria, oxido y humedad.

El pasado de los uruguayos es una mierda de dolor, tortura y desaparecidos y sin embargo el país una y otra vez le sigue dando la espalda a la justicia, poblada de eufemismos la impunidad se abate entre hombres de izquierda y derecha mientras los viejos usurpadores se cagan de risa.
_ No lo hagas, ellos están pagando con la cárcel lo que hicieron, ya está, dedícate a los que están afuera. __ Le había dicho la abogada, Lorena sabía que tenía sus razones para defender su visión de lo que es correcto pero ella no. Los políticos hijos de puta les hicieron una cárcel especial, debieron meterlos en una prisión con ladrones, asesinos y violadores comunes, eso es lo que son ellos. Estos viejos de mierda hasta pueden salir con permisos a ver a sus familiares. _ Algunos salen a velorios, no te olvides que son parte de una generación que felizmente se termina.
_ ¿Y los desaparecidos tuvieron velorios?, ¿Alguien fue a despedir a los que tiraron vivos de los aviones atados con alambres?, ¡Por favor Jacqueline! La abogada se sentó y se sirvió un enorme vaso de whisky. Lorena le dijo mirándola a los ojos que comenzaba a cansarse de todo y que comenzaba a considerar que todo el mundo era cómplice de esa impunidad dolorosa, atroz, repudiable. _ Hay gente buena Lorena, tu amiga Paula es una de ella, pensá en que desde que te conoció ha cambiado su cabeza y ahora comprende la realidad, ya no es una “Barbie” de carrasco y eso ha sido obra tuya.
Creyó ver cierta sonrisa en la no muerta pero probablemente solo era su deseo de encontrar sentido del humor en alguien sin sentido.
_ En dos minutos me puedo cargar a esas escorias, ni siquiera será necesario que me vean pero matarlos sin sufrimiento me parece algo demasiado humano para ellos. ¿No le parece? _ ¿Y entonces que te separa de ellos?
__ ¿Vamos a tener una conversación tipo Hollywood?, Me recuerda esas conversaciones al final de las películas en que se deja vivo al asesino para que pague aunque haya dejado el tendal de cadáveres a su paso. Nos han vendido durante años que la venganza es mala, esa es una mierda cristiana que no me cierra para nada. Si la venganza es justicia que así sea.
Así lo dijo y así desapareció por la misma ventana por la que había entrado.

Jacqueline se empinó el vaso, mala cosa era volverse alcohólica a sus años pero ser la consejera, mecenas y casi amiga de una vampira lo ameritaba. Jacqueline se sirvió un segundo vaso y abrió la gruesa carpeta verde con los datos de los presos en la cárcel Domingo Arena. Catorce entre ex militares y civiles que cometieron crímenes de lesa humanidad.
Pensó con una creciente culpa que estaba bien lo que esa pequeña y menuda muchacha pensaba hacer, en que era buena cosa limpiar la casa, poner las cosas en orden, levantar la alerta sobre este tema cuando parece que todo el mundo lo olvida o tira para el costado.

Recordó a su padre también abogado y pensó en que demoraron muchos años después de que murió para que ella su propia hija reconociera que no era una buena persona porque por más que fuera un profesional del derecho había dejado en libertad a varias alimañas.
En esta o en cualquier parte del mundo los ricos compran su libertad y los pobres regalan la suya, los mejores abogados no defienden a pelagatos y los jueces saben bien con quienes tratan a la hora de bajar sus martillos.

Dos días después no le sorprendió la noticia, por supuesto que era una enorme mentira escuchar en los medios que los presos de esa prisión de lujo se habían muerto intoxicados por una fuga de gas de la calefacción, no tenía que imaginarse quien era “la fuga de gas” y solo le adjudicó a lo inverosímil de la situación que se disfrazara la información sobre los muertos y su cadáveres destrozados pintando de rojo pisos y paredes de esa pequeña y prolija cárcel. No llamó a Lorena, estaba claro que había cumplido con su plan a su propio criterio pero si lo hizo con Paula.

_ ¿Ella está bien? _ Ya sé porque me llama doctora, no la he visto pero ambas sabemos que fue quién lo hizo.
Casi diez años habían pasado desde que Jacqueline conoció a Paula, ella si como era debido había crecido, madurado de una joven ingenua de diecinueve años a una mujer. Desde luego que la influencia de Lorena en su vida había sido crucial para bien o para…
_ Me habló hace pocos días de “hacer limpieza” pero fue inútil disuadirla, vos la conoces más que yo. Hubo un molesto y esperado silencio del otro lado de la línea. _ Últimamente nos vemos poco, aunque cueste creerlo ella se está volviendo más…, digamos que más oscura y distante, a veces aquel miedo que sentía a su lados e acerca peligrosamente al terror, si no fuera a terapia creo que hace años estaría internada o me hubiera matado.
Entonces el silencio fue del otro lado. Jacqueline se sintió muy conmovida por las palabras de la otra mujer sobretodo porque terminaron en un llanto contenido.
_ No sé qué decirte, te llamé para preguntarte sobre su estado y veo que sos vos quien realmente sufre, no digo que ella a su manera no lo haga pero nosotras estamos vivas. _ ¿Lo estamos? __Preguntó misteriosamente Paula antes de cortar porque rompía a llorar.

Jacqueline colgó, se quedó mirando el teléfono un rato con la mente nublada, también tenía ganas de llorar pero era una mujer madura con algunos inviernos sobre sus hombros, volvió a pensar en esos viejos de mierda recibiendo la visita de Lorena en esa carcelita confortable donde el estado de alguna manera premiaba a sus usurpadores.
Se sirvió un generoso vaso de whisky y en la soledad de su enorme estudio comenzó a aplaudir.

Juicio y castigo.

No lo podemos atender señor (Cuento)

No lo podemos atender señor
Por: Darío Valle Risoto

El corredor tenía varias hileras de tres asientos de plástico separadas por más o menos un metro, metro y medio, allí en las blancas paredes anidaba la reproducción de un cuadro y esa nota intelectual no evitaba que la clínica fuera de medio pelo, tan barata como su cuota social, sus médicos y su personal con poca capacidad humana para tratar a los pacientes.

“Sociedad Fraternidad”, se llamaba la mutualista y yo estaba allí resignado a esperar mi consulta con el médico mirando el papel en mi mano con el número veintitrés mientras iban por el catorce. Por lo tanto me aburría y pensaba por enésima vez en que esas sangre en mi orina auspiciaba una dolorosa y lenta muerte a mis veintitrés años en cósmica conjunción con el papelito que ya comenzaba a verse demasiado manoseado.

Entonces llegó el tipo. Se sentó casi a mi frente y nadie reparó en que no era del todo un tipo común y corriente como un servidor, ni las tres viejas ni el anciano que comía galletitas de una bolsa de mandados, amén de la gordita con cara de virgen que dormitaba esperando, esperando.

Era alto y bien parecido, como dicen las comedias de la televisión mal traducidas por narcos colombianos, tenía “pinta” diría mi padre o “estaba para masticárselo” según mi prima Sonia. Cabello negro corto, piel blanca tirando a pálida pero sin dejo de mala salud aunque estuviera esperando al médico, manos delicadas traje azul marino de buen corte por lo que descartaba que fuera de “San Francisco” o de “Los cuatro ases”, quizás europeo, tal vez italiano.

Miró su número una sola vez y lo guardó en el bolsillo delantero superior del saco, yo hice lo propio con el mío antes de que desapareciera de tanto jugarlo entre mis dedos. Se puso de pie y caminó hacia mí, lo que me dio un leve sobresalto hasta que reparé en que estaba mirando el cuadro a mi derecha, uno con una especie de mancha amarilla que supongo era el sol rodeada de pinceladas rojas, rosadas, naranjas, toda una cosa artística de colores cálidos aunque por allí había un inesperado trazo celeste.

Creía que tenía un turno posterior al mío pero cuando llamaron al veintidós entró en la consulta del doctor Cepeda, un ignoto doctor experto en las vías urinarias, orinólogo pichisólogo, algo de eso. No tardó mucho cuando una enfermera entró a buscarlo porque aparentemente le iban a hacer unos exámenes, pensé en que posiblemente estaba peor que yo y eso como a cualquier hijo de vecino me dio la torpe esperanza de estar menos mal que otros.

Volví a sacar el número de mi bolsillo y el veintitrés seguía allí burlándose de mi pequeño universo de orina en la sangre y miedo revelado de morir antes de tener una buena revolcada con aquella rubia del quinto B y entonces como tres cuartos de hora después vino el alboroto.
Una enfermera sosteniendo una carpeta de plástico color verde entró al consultorio del orinólogo y se escucharon gritos, una discusión sobre algo que no podía entender pero a fin de que era lo único que podía sacarme de la modorra de la espera me puse de pie y me acerqué a la puerta para escuchar mejor. No era el único que había sido sacudido en la espera, el viejo que comía galletitas me miró y miró a las viejas como quien se sobresalta con una alerta de incendio.

Poco después otra enfermera trajo el susodicho hombre “pintón” de nuevo a la consulta y salieron con la otra, ofuscadas ambas y yo con la leve sospecha de que quizás el tipo le había tocado el culo a una de ellas o algo por el estilo.

Entonces escuché el diálogo o mejor dicho: monólogo de un médico jamás esperado en mi vida y todo versaba en que era imposible hacerle cualquier tipo de examen al señor que según escuché se llamaba: Salvador y que según el doctor no era humano porque su sangre no era sangre, su piel no era piel y por lo tanto no podía examinarle sus riñones, su vejiga o lo que sea que tenga en la cavidad abdominal más baja porque aparentemente no tenía.
Lo lamento señor Bradbury, pero si le duelen “los riñones” no estoy a la altura de su dolencia y la verdad no sé si es algo que competa a la medicina tradicional, si no fuera un científico serio me atrevería a decir que usted es un robot. Gracias. __Le escuché decir a ese hombre alto, de traje azul marino y rostro hermoso. Se retiró pasando a mi lado y por lo tanto unos escasos minutos después me llamaron y volví a la vida.

A fin de cuentas solamente tenía arena en los riñones pero no como para una playa y con medicamentos y algo de dieta especial se me iba a pasar y los nubarrones de muerte se fueron de mi cabeza por lo que salí de esa nefasta clínica viendo al mundo con mejores colores que cuando había entrado.
Encontré a Salvador Bradbury en la plaza frente al sanatorio, estaba sentado mirando a las palomas que comían pan que les tiraba una viejita a pocos pasos de él, estaba sentado solo en un amplio banco de madera y por lo tanto no pude evitar sentarme a prudente distancia y saludarlo.

_ ¿Perdone pero no pude evitar escuchar que no lo quisieron atender? Si los quiere denunciar a la administración le puedo salir de testigo. Le dije poniendo un gesto de superhéroe que no pegaba conmigo. El miraba a las palomas, entonces reparé en que no pestañeaba, sus ojos permanecían fijos en dirección a las palomas pero me percaté que miraban más profundamente y mucho más allá que los pájaros. No, fue un error de programación, me estoy deteriorando rápidamente y mi padre no puede repararme ya, está muerto. _ Lo lamento, pero… ¿su padre era médico?
Entonces me miró y creí corroborar un gesto de profunda desazón y tristeza, una nube de desasosiego y orfandad de las que jamás he podido olvidarme y antes de ponerse de pie y retirarse para siempre me dijo: __Mi padre era ingeniero experto en cibernética y robótica aplicada, murió en el año 1946.

FIN

El último CINE

El último cine
Por: Darío Valle Risoto

El olor a cuero de las butacas competía con el aroma poco generoso de la sala que nunca estaba del todo limpia del cine de nuestro barrio. Éramos niños y ávidos de enormes aventuras que la gigantesca pantalla nos donaba generosamente para beneplácito de nuestras almas y nuestras ambiciones de pequeños dioses.

Teníamos frente a nosotros la clave para viajar por el tiempo y el espacio, aprender historia, mitología, artes y letras y también del amor y del odio que los hombres se comparten y reparten.

Cada protagonista era nuestro padre o hermano, cada villano el enemigo a abatir, la oscuridad de la sala era como volver al ceno de nuestra madre al abrigo de todos los males de este mundo que solamente podíamos evitar tapándonos los ojos con las manos o bajando la cabeza para no ver la escena donde el héroe muere o se queda sin su amada, felizmente en aquellos tiempos casi todos los finales eran felices.

Salíamos excitados repitiendo diálogos y escenas de arrojo y valentía, la segunda guerra mundial era un juego, los westerns una invitación para tener duelos en el patio de la escuela y las películas de terror la fuente de nuestras pesadillas. Aún así queríamos ver de nuevo al hombre lobo, al monstruo de Frankenstein y al caballero negro. Soñábamos con vivir en el bosque de Sherwood o combatir en el fabuloso circo romano.

Entrar al cine era como ingresar en un vórtice espacio temporal donde las horas eran segundos y todo era posible tanto soñarnos junto a John Wayne al caer el sol o besando a Mirna Loy en pleno Manhattan. Entre tantos rostros así en technicolor como en blanco y negro nos volvimos parte de un mundo de celuloide que pasó a ser el centro de nuestras vidas aún más que la familia o la escuela.

Volvíamos a ver una y otra vez a los doce del patíbulo, a los siete magníficos, los cañones de Navarone y por supuesto: Frankenstein, la novia de Frankenstein y Drácula tanto con Bela Lugosi como con el más moderno y a colores: Christopher Lee.

Aguantábamos las ganas de orinar hasta que casi nos explotaba la vejiga y corríamos al baño bajando las escaleras de dos en dos para no perdernos mucho de las películas y volvíamos corriendo en la oscuridad bajo el constante chisteo del público a retomar la historia, esos pocos minutos en que salíamos al mundo real eran una tortura terrible. Si íbamos acompañados le preguntábamos al que había quedado que había pasado si había muerto alguien, si la había besado…

Los fines de semana la matinée comenzaba a las diez de la mañana, llevábamos biscochos y salíamos a eso las dos de la tarde si no era que enganchábamos con otras tres películas diferentes y más para adultos a partir de esa hora, cierta vez salimos para el cine a las diez de la mañana y regresamos catorce horas y nueve películas después a casa con la consiguiente paliza de nuestra madre por la osadía. Igual estábamos satisfechos.

En el patio del conventillo jugábamos a los Rangers de Texas, al planeta de los simios o al laboratorio de algún científico loco, no nos gustaban los musicales ni las películas de amor pero a veces con estas últimas comenzábamos a notar que nos despertaban cierta sensación nueva que a eso de los doce años nacía poderosa. Isabel Sarli fue una de las culpables de largas noches de insomnio ya no por el hombre lobo sino por algo más.

Pasado el tiempo la televisión hizo que el cine fuera perdiendo terreno, en casa teníamos la posibilidad de ver algunas de aquellas viejas películas nuevamente pero no era lo mismo, el cine tenía aquella magia insustituible de atraparnos en cuerpo y alma dentro de la oscuridad y despedirnos hacia dimensiones que aún en el más confortable de los hogares no era posible igualar. Detrás de las gruesas cortinas estaba el corredor de piso de madera flanqueado por las butacas y allá adelante el puerto de lanzamiento de todos nuestros sueños con la inmortalidad de un James Dean y la eternitud de Marilyn Monroe, la fabulosa prestancia de Katherine Hepburn y la presencia de Gary Cooper, la televisión no estaba ni cerca de aquello.

Finalmente los cines de barrio fueron cerrando invadidos por alienígenas descerebrados que quitan demonios allí donde todo era más creíble que sus sueños bíblicos y más realista que sus mitologías de dioses y profetas. Jesucristo Superstar le dio terreno al pastor de hoy día y el laboratorio de Frankenstein fue sustituido por un estacionamiento, donde antes soñábamos a raudales hoy un triste supermercado vende porquerías pero todos carecen de aquella cosa increíble que tuvimos el privilegio de vivir pasando largas horas en la oscuridad para tratar de sobrellevar la luz de un mundo corrompido por la rutina.

Hoy los pocos cines modernos que sobreviven a duras penas son expendios de popcorn y albergan a herejes que prenden sus celulares en medio de las películas, sacan fotos de las pantallas o hablan todo el tiempo como si estuvieran en sus hogares. Ya no quedamos aquellos silenciosos espectadores que con la boca abierta disfrutábamos de Tarzán, James Bond o la indiscutible belleza de una Ingrid Bergman.

FIN.

El Sueño (Cuento)

El Sueño
Por: Darío Valle Risoto

El colorido de las edificaciones no evitaba que sintiera una extraña opresión al ir caminando por esas angostas veredas, mientras un cielo gris azulado y lóbrego era sacudido por un viento de otra dimensión. Bandadas de pájaros volaban nerviosamente en dirección a donde yo me dirigía y sin embargo no sabía qué hacía allí ni a dónde iba realmente. Luego de caminar varias cuadras entre la monotonía de esas casas bajas de ventanas azules con las fachadas pintadas de amarillo, celeste o verde me encontré con una anciana. Cuando le quise preguntar cómo salir de allí comprobé que no tenía cara.

Traté de recordar momentos anteriores pero fue imposible hasta que comencé a armar otro sueño que no era el mismo aunque quizás un poco más interesante o tal vez salvador, más cuando analizaba aquella situación con esa muchacha de sedosos cabellos negros comencé a tomar conciencia de que estaba dormido. Entonces una sacudida enorme, gigantesca, sobrecogedora se apoderó de cada célula de mi cuerpo, de mi piel, de mi conciencia y me desperté cubierto de sudores fríos entre las desarregladas sábanas color crema de mi cama.

Reconocí lentamente el familiar entorno de mi cuarto, de la escalera a la cocina, al baño donde me lavé la cara reconociendo al viejo que soy y que no quiero ser, pero que debo aceptar aún con sus febriles pesadillas que poco a poco le van robando la conciencia. Tomé un trago de agua de la canilla y sabía a baba amarga dado que no me había lavado la boca y por lo tanto procedí a lavarme los dientes con ese dentífrico asqueroso sabor menta y caramelo.

Camine aún semidormido hasta el living donde me serví un trago de ese horrible whisky que me regalaron en la oficina y que solo consumo cuando me quiero castigar por algo o pretendo jugar a que soy un buen bebedor cuando nunca lo he sido. Comprobé entonces que seguía en calzoncillos, que eran las once de la mañana y alguien tocaba frenéticamente el timbre obligándome a abrir la puerta escondiendo la parte baja de mi cuerpo detrás de ella. Los testigos de Jehová me saludaron y comenzaron con su ritual atrapamoscas mientras me mostraban algunos ejemplares de despertad y sus libros de perfecta e inmaculada encuadernación hecha en los EEUU.
No sé si fue que les dije algo profundo u ofensivo pero se fueron casi huyendo, o quizás fue el aspecto de humano destruido, el aliento a whisky o que estaba en calzoncillos que espantó a las dos muchachas y al anciano que se retiraron a seguir atestiguando que todos los seres humanos somos crédulos y estúpidos.

Cuando me arreglé el pelo y casi había despertado completamente comprobé que mis tres gatos perseguían algo con la mirada, nerviosos y depredadores estaban detrás de una pobre abeja que quien sabe cómo había entrado en la casa. La apreté apenas entre dos papeles y la dejé salir por la ventana, los gatos me miraron culpabilizándome tal vez por no dejarlos seguir con su juego.

Fui hasta la computadora y la prendí esperando unos segundos hasta poder abrir el archivo donde intento jugar a ser un escritor, entonces recordé a la anciana sin rostro, a los pájaros volando al sur, tenía que ser el sur y no otra cosa, al cielo lóbrego gris azulado, de nuevo a la anciana sin cara y esa necesidad de volver a soñar diferentes cosas una y otra vez y pensar que cuando era joven no soñaba absolutamente nada.

FIN

La Vida va costando vida

La Vida va costando vida
Por: Darío Valle Risoto

Pensemos en lo siguiente: en la mayor parte del planeta en los últimos doscientos años gracias a la ciencia se ha casi duplicado la expectativa de vida llegando bastante cerca del siglo de existencia en algunas personas, digamos que antes del siglo diecinueve la mayoría de la gente no llegaba a los cincuenta años como máximo pereciendo a merced de diferentes enfermedades y otros estragos propios de esto de estar en este mundo bastante injusto por cierto.

Por ejemplo: “La adolescencia” es una invención moderna, en tiempos antiguos de niños tras la pubertad se pasaba directamente a ser adultos y teníamos por ejemplo a conquistadores como Alejandro que a sus veinte años se había hecho con casi todo el mundo conocido de la época; hoy día tenemos viejardos de cuarenta que se hacen los niños… ¿O nos hacemos? Sometidos a la considerable publicidad actual que nos condiciona para actuar contra lo que nuestros huesos mandan para así de alguna manera engañar a la parca que nos espera a la vuelta de la esquina.

Cuando era chico o “Adolescente” mi madre me decía que debía: “vivir la vida” antes de los veinte años porque después el tiempo pasaba volando, nunca entendí que era para ella eso de vivir la vida sobretodo porque nuestra condición económica no propiciaba mucho andar disfrutando de ella.

Por lo pronto uno se va poniendo viejo y comienza a ver a aquel muchacho (o muchacha) que fue antes como un perfecto extraño, en el peor de los casos como mucha gente vive nostalgiando un pasado que de seguro fue transformándose a una especie de cuento de hadas, cuando de verdad nunca lo fue. Cada vez que alguno en las redes siente nostalgia por cosas del pasado pienso en que no todo fue tan perfecto pero lo que de verdad extrañamos fue esa juventud entre ignorante e idiota que todos vivimos para de un día para el otro encontrar a ese viejo en el espejo que se parece terriblemente a nuestros padres.

De todas maneras conozco gente que he dejado de ver durante unos treinta años y sigue siendo exactamente la misma persona que fue antes, no creció más que biológicamente pero tal parece que se ha congelado en el tiempo y el espacio cuando en mi caso vivo permanentemente al día asombrado y disfrutando de los adelantos técnicos y científicos de estos tiempos.

Tengo un conocido que ama los casetes, si: esos adminículos que en su tiempo eran maravillosos para permitirnos grabar audio, borrar y volver a grabar en aquella magnífica cinta pero vamos a ponernos de acuerdo de que su sonido era una porquería pero para su momento era lo mejor. El tipo al final tuvo que sucumbir al MP3 y un buen día se llevó de casa un DVD con una gran cantidad de discos con sus respectivas tapas e información en imágenes.

No hay nada malo con la añoranza, hay gente que vuelve a escuchar discos de vinilo que hoy día son más caros y aparentemente para los que tienen oído absoluto conservan mejor el sonido que los susodichos MP3, afortunadamente mi oído es una cosa muy básica y no le encuentro diferencia, es más: el sonido de los discos de pasta tiene un “shhhh” de fondo terrible pero gustos son gustos.

Tempo el tiempo y un buen día estoy más cerca del ataúd que de la cuna y trato de no preocuparme demasiado porque es al soberano cohete. La muerte es precisamente volver a la misma nada de antes de nacer y lo del medio a lo mejor sirve solamente para dejar algún legado que puede ser un hijo, plantar un árbol o escribir como un servidor alguna historia que le sirva de algo a alguno por venir.

Cuando pienso en mi niñez veo cosas interesantes pero también muy tristes dentro de mi pobreza asmática y las palizas de mi madre, por otro lado trato de seguir queriendo la figura de mi padre tan alto como bonachón el flaco al que sin embargo dejé de disfrutar a mis veinte años y nunca pude tener una conversación como la que tendríamos hoy día. De todas maneras habitan parte de él como de mi madre en mis genes y en mis vivencias y de ellos sigo aprendiendo aunque me quedara definitivamente solo allá por 1995.

La inmortalidad es memoria y la mayoría somos números perdidos en le inmensidad de la vida, apenas un guijarro de arena en la playa del universo que ni se entera cuando uno de ellos le llega a faltar.