La vida: Impecables o deplorables
Por: Dario Valle Risoto
Afortunadamente una de las buenas cosas de ponerse viejo es que ya no viene cualquier pelotudo a darnos consejos sobre cómo debe ir nuestra vida, tal como que debemos integrarnos más a la gente, vestirnos o cortarnos el pelo de aquella o de otra manera, creer en esta o la otra mafia de dios, etc. Debo reconocer que desde muy joven siempre he preferido guiarme por mis propias elecciones dejando de lado los ejemplos externos, más no sean como para no seguirles los pasos y en definitiva por aquello de que lo que es bueno para las mayorías no necesariamente lo es para mí.
Hubo un corto período en que dudé de si en verdad les llevaba la contra a todos estos para hacerme “el raro” o era en serio que yo tenía mis propios gustos en la vida y no pasó mucho tiempo en que comprobé que soy de esta manera y me gusta y la verdad que otros no piensen de la misma forma que yo apenas si me sirve de algo es para sentirme más satisfecho aún.
El tema ha sido que desde niño siempre me pareció muy raro que la gente de un montón de cosas por hechas de esta y no de otra forma y que sin explicación lógica posible me hablen de: patria, amor, dios, deberes y placeres sin darme la opción siquiera de opinar sobre ello. Por lo tanto ya desde niño me sentí desconforme con el mundo al que había llegado sin pedirlo y ni siquiera necesitarlo y encima de ello te dan un paquete de instrucciones que deben si o si ser respetadas so pena de terminar en el manicomio o por lo menos como una especie de paria social.
A poco comprobé que yo no era el discriminado sino todo lo contrario, yo mismo discriminaba a cualquier idiota que me venga a hablar de dios como si lo conociera personalmente o que piense que yo por ser uruguayo debo amar el futbol, el candombe y el mate amargo. Si bien trabajé no fue porque me guste sino porque debía ganarme el pan prácticamente solo desde los veinte años y salvo un pequeño período allá por el 2006 en que mi compañera del momento me dio tremenda mano, siempre me la banqué solito y sin ayuda. Lo que más me molestaba cuando tenía que relacionarme con mis compañeros de trabajo y supervisores era que muy pocos aceptaban que estaban siendo explotados y la mayoría creía ilusoriamente que si más trabajaban iban a logar mejorar sus vidas.
Le escapé al bulto lo más posible y parafraseando a aquella maestra que me dijo: “Darío sos muy inteligente pero siempre das lo mínimo necesario” en la vida he tratado de disfrutar mis momentos de soledad y especialmente en todos los ámbitos de la vida he tratado de ser impecable, esto quiere decir: hacerlo todo, hasta lo más simple de la mejor manera posible y no de otra. Para mí lo mínimo necesario es esto y cuando veo a mí alrededor a tanta gente siendo tan pelotuda en la vida y a la vez creyendo que rezando o ganándose la lotería saldrán de sus miserias realmente me siento muy contento de no ser así.
Hoy por ejemplo en el supermercado vi a una chica que luego de pasar por la caja automática toda su compra dejó la canasta en medio del camino sin llevarla al lugar de donde la había sacado a solo unos tres metros de donde estaba, al llegar a mi edificio otro pelotilla dejó la puerta de calle abierta y si bien ya que iba cargado con dos bolsas y un bidón de seis litros pude aprovechar para seguir mi camino los dejé todo a un costado y cerré la puerta con llave como se debe y luego vine a casa.
Hay innumerables ejemplos cotidianos en mi vida de mi absoluta diferencia con la mayoría de la gente y no es cosa de ahora, hace tiempo sé que no soy ni muy brillante ni tengo demasiada capacidad como escritor, músico o en general como comunicador social pero si reconozco que tengo una capacidad excepcional a la hora de juzgar a la gente aún con un simple acto tan pequeño o deplorable como dejar un envoltorio de caramelos tirado en la calle o entrar o salir de un sitio sin saludar. De cómo actuamos ante las innumerables pequeñas situaciones cotidianas, olvidables y hasta quizás insignificantes nos vamos forjando los hombres, de cada uno es la elección.