Vivimos apurados y distraidos
Por: Darío Valle Risoto
Estoy esperando frente a la puerta del colectivo para bajarme, tras abandonar su última parada espero unos instantes y apretó el timbre para que pare en la próxima, siento que algo me pica la espalda, es una señora que me empuja con su bolso, me doy vuelta y la miro por si necesita algo, ni siquiera pide disculpas.
Cuando me bajo debo esquivar personas paradas justo en el lugar donde debo pasar, no se mueven aunque el colectivo abra sus puertas a su lado y bajen los pasajeros, otros bajan por la puerta de adelante aún cuando el vehículo está prácticamente vacío y por lo tanto los que van a subir deben esperar a que estos salgan para entrar.
Tanto dentro del colectivo que los uruguayos (No me pregunten por qué) llamamos: “Ómnibus” como en la calle, observo la obsesión de las personas con los celulares, que recalco que son un invento maravillosamente útil, pero hay muchas ocasiones en que veo a las personas arriesgar su salud solo por estar mirando las pantallas. Desde caminar y hasta cruzar las calles mirando sus celulares hasta verdaderas proezas de la inconsciencia como aquella madre empujando el cochecito de su hijo mientras tecleaba en su celular mientras iba por la calle contra la vereda y los autos les pasaban demasiado cerca.
Distracción y apuro parecen ser las consignas de estos tiempos en que el tiempo nos corre porque parece que todos llegamos tarde a alguna parte y aparte de cada vivencia todos terminaremos en lo único seguro que tenemos en esta vida y es un buen día estirar la pata, o sea: morirnos. Por lo tanto recuerdo aquella frase que rezaba: “Apurarse por vivir es apurarse por morir”
Siempre he tratado de ser lo más prudente posible y sobretodas las cosas no ser tan torpe como para cruzar una calle mirando mi celular, ni siquiera lo hago caminando, si tengo que hacer algo me detengo y lo miro tranquilo. Nadie me corre. Mucho menos lo saco en el colectivo porque llámenme paranoico pero cotidianamente viajo rodeado de demasiadas personas desconocidas generalmente: sucias, desprolijas, mal educadas, torpes y suficientemente idiotas y por lo tanto peligrosas como para andar distraído.
Lo uso todo el tiempo pero para escuchar música, pongo mi lista y que corra o alguna de esas fabulosas aplicaciones donde hay radios de rock, blues y heavy metal y las dejo correr y solamente miro el celular si se corta una transmisión o cambio de radio pero lo hago muy poco.
Por consiguiente y a todo esto tengo la costumbre de no estar absorto en la pequeña pantallita y por lo tanto he comprobado que a veces soy uno de los muy pocos que está consciente del mundo fuera de ella y hasta he llegado a notar que soy como el bicho raro que no saca casi nunca esa cosita inteligente.
Por lo tanto esa “celularitis”, como la gente que tiene esa ansiosa compulsión a andar corriendo a todas partes me molestan y mucho ya que trato de tener una especie de vida lo más lógica posible y que a mis años me permita disfrutar los momentos de la mejor forma posible.
“La gente nerviosa me pone nervioso” le decía a mi madre cuando se ponía insistente con algún tema, comprendí que muchas veces los problemas se resuelven por si mismos sin necesidad de volvernos locos y que las soluciones aparecen mucho más rápido si tenemos el ánimo de esperar y sobretodo de planear tranquilos nuestras vidas. Aún así en ocasiones me gana la necesidad de estar lejos de la gente que parece tener una necesidad imperiosa de que todo pase cuanto antes y antes que antes mucho mejor.
“Lo quiero para ayer” parece la consigna de nuestros tiempos o: “No sé lo que quiero pero lo quiero ya” que mucho tiene de aquello de los niños que lloran y patalean por un juguete que los va a entretener más o menos quince minutos hasta que deseen otro. Esa eterna adolescencia de los adultos contemporáneos de la que solo formo parte por mis gustos en entretenimientos, parece haber transferido el nerviosismo natural de la pubertad a todos los ámbitos de la vida y así todos corren, todos están ansiosos y sobretodo frustrados por no conseguir lo que quieren.
Hijos directos de las necesidades artificiales de las campañas de publicidad estamos inmersos en una vorágine que nos come los días, las horas se vuelven minutos y los minutos desaparecen absorbidos por la nerviosa estrategia de que distraídos nos sometan mucho mejor los señores del mercado de consumo.
A veces me doy cuenta de que estoy mirando la televisión, a la vez observo el celular y tengo sobre la mesa un libro que se me hace eternamente largo porque no le puedo coger el tranco y leerlo como se debe, porque me están ametrallando mil distracciones. Mi última compañera tenía la fabulosa costumbre de apagar la televisión si íbamos a comer, esto significaba que comíamos tranquilos y conversando sin estar mirando aquella pantalla.
A veces ahora que estoy solo pienso en que debo recuperar el tiempo, reconquistar aquella época en que uno llegaba al sano aburrimiento de no hacer nada y solamente como dijo alguien alguna vez: Tirarse a escuchar crecer la hierba.