¿Comprar o que te compren?
Darío Valle Risoto
Tengo por costumbre cuando voy al supermercado el tomar una de esas canastillas de plástico para cargarla con lo que compraré sin arrastrarla por el piso con la manija más larga y llevándola como si fuera un bolso. Esto me facilita desplazarme entre las góndolas y la gente con carros más rápidamente y sin sentirme un pelotudo por andar arrastrando un carrito con ruedas por todo el recinto como si tuviera cinco años y llevar mi camioncito.
Además de ello puedo calcular el peso que luego tendré que soportar hasta llegar a casa, ya que carezco de automóvil o un esclavo para que me lleve los comestibles y enceres que acabo de comprar.
Por otro lado al vivir solo compro poco y lo estrictamente necesario, raramente hago acopio de comestibles como si se fuera a acabar la vida sobre la tierra que suelen hacer muchas personas especialmente antes de los fines de semana o en fechas como navidad, fin de año o antes del primero de mayo.
La espera en las cajas me permite entretenerme mirando lo que compran otros y así verificar mi teoría de que las cosas muchas veces compran a la gente y no al contrario. Los colores y empaques llamativos, el engaño de las ofertas, la necesidad de adquirirlo todo, hacen de los ciudadanos comunes, consumidores de cuanta cosa se les plante delante de los ojos.
Confieso que suelo ser víctima de alguna oferta como por ejemplo: dos sobres de sopas con una taza de regalo, por darles un ejemplo. Pero solamente si quiero comprar las sopas y tras verificar que estos sobres por separado cuestan lo mismo o más que con la promoción. En la mayoría de los casos el regalo es una mentira y uno termina comprando una taza creyendo que ahorra algo y generalmente ni siquiera la necesita y solo lo hace por haber caído en la trampa del regalo falso.
Otro tema son las famosas “Todo a quince” o lo que sea, generalmente se trata de productos fraccionados para que den la sensación del poco precio y de muy baja calidad. Una harina de quince luce gris y gruesa contra otra de veinte que es blanca y pura. Claro que depende de la situación económica de cada uno y a veces esos cinco pesos significan comprar otra cosa.
Cada vez que voy al supermercado ya sé lo que voy a comprar, lo que de verdad necesito, nunca voy a pasear tipo a ver si llevo algo por el solo hecho de consumir, más confieso que me he encontrado viendo productos que realmente no necesito para nada pero parecen querer conquistarme desde sus góndolas.
La sicología del consumidor promedio es como la de un niño que se estira del cochecito para alcanzar algo colorido, brillante, intenso que parece llamarlo a ser poseído, está claro que hasta que parezca algo más atractivo y así seguimos adelante.
Otro punto de engaño es la publicidad que paradójicamente es la que encarece algunos productos a diferencias de otros de igual condición pero que no tienen exposición mediática, así tenemos que compramos por ejemplo una marca de café porque vimos un anuncio y no porque sea mejor que otra, desde luego el anuncio nos pasó el fabuloso dato de que “Es el mejor”.
Otra fuente de engaño es la que yo llamo: “La del 99%” y que generalmente se refiere a productos de limpieza que acaban con el 99% de la suciedad, los gérmenes y desde luego nuestro mínimo rapto de inteligencia. No hay ninguna prueba científica posible que pueda marcar tal grado de eficacia y sería mucho más honesto y respetuoso de nuestra inteligencia que dijera por ejemplo que. “Mata a la mayoría de bichos y bacterias” contra esa mentira del 99%.
Lo más triste de todo esto es que gran parte del dinero que gastamos es a favor de solventar estúpidos y engañosos avisos publicitarios y empaques la mar de vistosos que muchas veces encierran un paupérrimo contenido. ¿Ustedes vieron los envases de papitas que tienen más empaque y aire que estos pedacitos ondulados de papas?
Por lo tanto una parte de nuestro gasto está destinado a solventar elementos que poco y nada tienen que ver con el artículo que vamos a comer y en general es para destinarlo a algo de basura como empaques, cajas, cajitas, sobres, etc.
¿Nos compran las cosas o nosotros las compramos?, caemos como peces en el anzuelo del consumo y terminamos volviéndonos adictos a ir de compras por el solo hecho de comprar y cuando estamos allí somos tan idiotas como para terminar de vuelta en casa con un montón de porquerías que realmente con un mínimo de sentido común no compraríamos nunca.
Hace un tiempo en el supermercado daban unos estiquers que juntándolos uno podría cambiar por ciertos envases, resulta que estos tappers los tengo gratis solo por guardar los envases de helado que bien sirven luego para utilizarlos para otras cosas. También me dan cada vez que pago una serie de cupones de descuento que siempre tiro a la basura porque son para descontarme dinero de productos que no tengo intención de comprar y que si lo hago no tengo realmente el tiempo como para andar revisando un montón de cupones que me van a descontar dos pesos de cada cien.
En definitiva este escueto artículo apunta a que por suerte aún conservo la libertad de ir a comprar sin necesidad de que me compren aunque a veces sucumba a alguna oferta, Cierta vez compré a doscientos cuarenta pesos un frasco de café que traía una taza de regalo y días después compré uno idéntico a mitad de precio en la calle pero sin taza, aclaro que esa taza no puede costar más de cuarenta. Ustedes saquen la cuenta.