Neo Vampiros 56: Leticia y la luna

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Leticia y la Luna
Por: Darío Valle Risoto

Ignacio entró a la sala, la enfermera que no lo quería dejar solo tuvo que optar por irse, porque el joven médico la miró seriamente y le señaló la puerta. La paciente estaba atada a su silla mirando por la ventana al patio, aún llovía pero no como la noche anterior, eran las siete de la mañana y pronto le traerían el desayuno.
Ignacio era un joven psiquiatra recibido tan solo dos años antes, aún conservaba la frescura de los doctores jóvenes que creen poder curar al mundo con su ciencia y mejorar almas con sus consejos.

__ ¿Me escucha Leticia?
__No estoy sorda, estoy loca pero no sorda. __Le dijo y lo miró con sus profundos ojos verdes, no aparentaba tener cincuenta y cinco años pero los tenía. El médico se puso frente a ella. Tenía las manos delicadas como de pianista, su cabello estaba peinado suavemente sobre sus hombros, había crecido.
__Usted se conserva muy bien para su edad, yo le daría unos treinta años, no más, eso es muy raro, ¿Cómo se siente?
Leticia vio en los ojos del joven doctor un brillo de extrema honestidad que la hizo recapacitar sobre su necesidad de escupirle a la cara como lo hacía normalmente cuando le venían a preguntar estupideces tales como: ¿Se siente bien?, ¿Le duele algo? ¿Durmió bien anoche?
__El profesor Ualderman se lo dijo ayer, soy una licántropo, los de mi clase envejecemos un año cada dos o tres de los humanos.

Ignacio dio un paso atrás, la noche anterior la tormenta arreciaba, era imposible que escuchara la conversación que había tenido con su colega en el corredor, además estaba medicada. De todas formas se llamó a la cordura, no era raro tampoco que los pacientes manifiesten una percepción acelerada de la realidad.
__Dígame Leticia, ¿No siente deseos de salir?, ¿Tiene parientes a los que ver afuera?

Un par de pacientes con reticencia salieron a los patios interiores pero aún hacía frío y volvieron a entrar, una enfermera le alcanzó el termo y el mate que había olvidado una anciana con mal de Parkinson evidente. Leticia desde su vista del primer piso veía todo el patio y más allá el cielo plomizo.
__Bueno, ya van a traerle el desayuno, tengo que seguir haciendo mi recorrido, cualquier cosa me llama.
__Podría salir en cualquier momento doctor, una vez al mes, cuando la luna está llena, lo puedo hacer prácticamente todo… recuerde eso.
Ignacio salió al corredor, la dietista repartía los desayunos acompañada de una enfermera habitación por habitación, el doctor las saludó y entró a la siguiente, allí un joven estaba leyendo unas revistas de Spiderman, las dejó sobre la cama y se paró a darle la mano como si se tratara de alguien importante.

__ “Podría salir en cualquier momento doctor”. __Las palabras se le quedaron en la cabeza el resto de la mañana, al mediodía esperó que termine de comer y volvió a visitarla, había algo en Leticia que lo atraía poderosamente. Algo magnético y animal.
Se sintió culpable porque había pasado largo rato arreglándose el pelo frente al espejo, se estaba quedando pelado y no le gustaba, se arregló la corbata color salmón sobre su camisa tan blanca como su túnica, se pasó la mano por la barba en forma de candado en torno a su boca fina.
__Veo que hoy hubo carne con papas, ¿Quiere hablar?
__Me gustaría que me suelten para comer.
__ ¿No me dijo que podría escaparse cuando quiera?
Por un momento ambos permanecieron enfrentados, ella sentada en el sillón con las manos maniatadas a los posabrazos, enfrente la mesa con los restos del almuerzo que una enfermera le había dado bocado por bocado y el doctor Ignacio Kenichián sentado en la cama mirándola a los ojos.

Leticia levantó las manos, las fuertes abrazaderas de cuero se partieron como manteca, se puso de pie y se acercó al médico que también se irguió, Leticia lo besó en los labios, el no pudo o no quiso moverse.
Había Luna llena.

Juicio y Castigo.

El hombre ya no reflexiona?

Wallpaper Magic 171 (2)¿Se acabaron los momentos de reflexión?
Por Teddy Wayne

Hay muchos momentos a lo largo de un día cualquiera en los que, en otra época, a falta de material de lectura impreso pensaba y miraba a mi alrededor: lo hacía mientras caminaba o esperaba en algún lado, tomaba el metro, me recostaba en la cama sin poder dormir o hacía acopio de fuerzas para levantarme.

Ahora, en cambio, en estas situaciones a menudo tomo mi celular para revisar una notificación, navegar y leer en internet, enviar un mensaje de texto, utilizar una aplicación, escuchar un podcast o, en raras ocasiones, hacer una llamada telefónica a la vieja usanza. El último lugar donde hoy tengo garantía de estar a solas con mis pensamientos es la ducha.

“Encontrar momentos para dedicarse al pensamiento contemplativo siempre ha sido un reto, ya que siempre hemos estamos sujetos a la distracción”, afirma Nicholas Carr, autor de “The Shallows”. “Pero ahora que llevamos con nosotros estos dispositivos multimedia todo el día, esas oportunidades se vuelven aun menos frecuentes por la sencilla razón de que tenemos esta capacidad de distraernos constantemente”.

La neuroplasticidad (o la capacidad que tiene el cerebro de cambiar) resultante de la utilización de la tecnología es un tema candente. Habitualmente, el tono es alarmista, aunque a veces también es optimista.

Por ejemplo, los videojuegos: un estudio reveló mejoras en la memoria y la concentración de personas de edad avanzada cuando juegan a las carreras. En otro estudio se observó que jugar al Super Mario 64 producía aumentos en la materia gris en regiones del cerebro asociadas con la memoria, la planificación y la navegación espacial.

Sin embargo, estas habilidades cognitivas difieren de la reflexión. En un mundo donde un teléfono o un ordenador casi nunca están fuera de nuestro alcance, ¿estamos eliminando la introspección en momentos que podrían haber estado dedicados a eso? ¿Acaso la profundidad de esa reflexión está en peligro porque nos hemos acostumbrado a buscar la gratificación inmediata de los estímulos externos?

Si los datos indican algo, la mayoría de nosotros utiliza los teléfonos más de lo que creemos: los participantes en el estudio calcularon que utilizaban los dispositivos 37 veces durante el día (incluidas todas las ocasiones en que encendemos una pantalla, desde apagar el despertador hasta hacer una llamada), pero el número real se acercó a 85. Algunas de las veces tomó menos de 30 segundos. (Los participantes también subestimaron el tiempo que pasan utilizando los dispositivos por cerca de una hora —el total real fue de 5,05 horas—, incluyendo llamadas telefónicas y escuchar música con la pantalla apagada).

Si estás despierto durante 16 horas, encender o revisar tu celular 85 veces significa hacerlo aproximadamente una vez cada 11 minutos (eso sin contar las veces que utilizamos internet en una computadora), y 5,05 horas son más del 30 por ciento del día. ¿Qué efecto podría tener este comportamiento compulsivo en la reflexión?

En 2010, investigadores dirigidos por el médico Stephen Fleming, en el Wellcome Trust Center for Neuroimaging del University College en Londres, publicaron un artículo en la revista Science en el que establecieron la correlación entre la habilidad introspectiva y la cantidad de materia gris en la corteza prefrontal. (Para el estudio, la habilidad introspectiva se definió como la precisión de medir nuestro propio desempeño en una tarea de percepción visual, una señal de metacognición o “pensar acerca de pensar”).

Utilizando esta información acerca de la corteza prefrontal, Brian Maniscalco y Hawkwan Lau publicaron un artículo en Neuroscience of Consciousness en 2015 que medía la habilidad introspectiva mientras los sujetos del estudio podían concentrarse en una tarea o se distraían con una segunda tarea difícil. Distraerse con la segunda tarea no afectó el desempeño real de la primera tarea, pero sí impidió que los sujetos tuvieran la habilidad de ser introspectivos (de nuevo, al informar ellos mismos exactamente cómo les había ido). El hallazgo respalda estudios anteriores que indican que hacer varias cosas al mismo tiempo disminuye el desempeño cognitivo (pero otros estudios muestran algunos efectos beneficiosos de la multitarea).

Por lo tanto, de acuerdo con el doctor Fleming, es una “conjetura razonable” que si pensamos en que navegar el mundo es una primera tarea (físicamente, como un vagabundo o, mentalmente, cuando sopesamos algo) y revisar el teléfono es una segunda tarea, esta última dificulta nuestra capacidad de reflexionar.

“La corteza prefrontal es buena para hacer una sola cosa a la vez”, dijo. “Si sometes a las personas a un contexto donde hay dos tareas, parte de la razón por la que las cosas se dificultan es que la tarea secundaria interfiere con las funciones involucradas en la introspección”.

Parece contradictorio decir que estamos entrado a una fase cultural irreflexiva, ya que nuestra época tiende a ser criticada por su ensimismamiento. No obstante, con frecuencia expresamos nuestro solipsismo de manera externa en vez de explorarlo internamente, con más énfasis en las imágenes que nunca antes. Cuando hay texto, los nuevos medios como Instagram por lo general dejan de lado el papel del lenguaje.

Las selfies son algo muy obvio en este caso particular, pero consideremos un tuit. Su brevedad tiene la longitud perfecta para un aforismo y poco más (a menos que alguien publique una secuencia).

Para cierto porcentaje de la población, los pensamientos que podrían haberse guardado en una época previa a los teléfonos inteligentes —dejando así que se marinaran y quizá se hicieran más profundos hasta que ya no pudieran formularse en menos de 140 caracteres— ahora se expresan en un foro público.

Además, internet suele recompensar la velocidad por encima de cualquier otra cosa, una cualidad que contradice al pensamiento deliberativo, además, nuestra hambre de velocidad va en aumento conforme mejoran las tasas de transferencia de información. En 2006, Forrester Research halló que los compradores en línea esperaban que las páginas web se cargaran en cuatro segundos. Tres años más tarde, el tiempo se redujo a dos segundos. Las páginas web más lentas hacían que muchos compradores buscaran en otros sitios.

Para 2012, los ingenieros de Google habían descubierto que cuando los resultados tomaban más de dos quintas partes de segundo en aparecer, la gente buscaba menos, y retrasarse un cuarto de segundo en comparación con un sitio rival puede alejar a los usuarios.

“Eso apunta a que, conforme nuestras tecnologías incrementan la intensidad de la estimulación y el flujo de cosas nuevas, nos adaptamos a ese ritmo”, dijo Carr. “Nos hacemos menos pacientes. Cuando surgen momentos sin estimulación comenzamos a sentir pánico y no sabemos qué hacer con ellos, porque nos hemos entrenado para esperar esa estimulación: nuevas notificaciones, alertas, y similares”.

Esto a menudo se traduce en el discurso que define internet como una demanda de “momentos estimulantes”, inmediatos y superficiales, en vez de juicios sopesados con cuidado, ya sea sobre asuntos serios o triviales.

Carr también señaló los argumentos contrarios: formular pensamientos relativamente simples en internet puede producir otros más complejos mediante intercambios en tiempo real con la gente, y puede que las personas cuyo reflejo es publicar algo con prisa en vez de pensar en ello, tampoco habrían sido los pensadores más deliberativos en una época anterior a los teléfonos inteligentes.

Aun así, Carr considera que nuestro rumbo actual indica “la pérdida de la mente contemplativa”. “Hemos adoptado el ideal mental de Google, que consiste en tener una pregunta que se puede responder rápidamente: Preguntas finitas y bien definidas. Perdida en esa concepción está la idea de que también hay una manera abierta de pensar con la que no siempre estamos tratando de responder una pregunta. Estás intentando ir al lugar al que ese pensamiento te lleve. Como sociedad, estamos diciendo que la manera de pensar ya no es tan importante. Se ve como algo ineficiente”.

Carr observó que, durante décadas, la escultura de Rodin “El pensador” (1902) representaba la forma de contemplación más elevada: una figura con un físico imponente que mira hacia abajo abstraídamente, encorvado para bloquear las distracciones, congelado porque es una estatua, desde luego, pero también porque los pensadores serios necesitan tiempo y no se inquietan. Es difícil imaginar que una nueva versión posmoderna llamada “El tuiteador” sea tan inspiradora.

María Visconti: Será Rusa?

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Por: Darío Valle Risoto

Si bien su belleza y especialmente su rostro la muestran como muy probablemente de ascendencia rusa porque así lo aseguran sus datos, su apellido no lo parece pero a estas alturas en este mundo cada día más pequeño todo es posible, hasta compartir la particular estampa de esta joven que tiene mucho sentido del humor entre otras cosas.

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Neo Vampiros 55: Moonlight Shadows

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Moonlight Shadows
Por: Darío Valle Risoto

__ ¿Qué le estámos dando ahora?
__Dos dosis de Rohipnol en ampollas cada seis horas, parece que le hacen efecto.__ Los dos médicos observaban a una paciente, estaba dentro de su habitación sentada mirando por la ventana a los patios interiores del sanatorio psiquiátrico. El doctor más joven sostenía una carpeta demasiado grande para contener la historia de Leticia pero ya eran más de veinte años ininterrumpidos de internación. De vez en vez ojeaba los legajos y miraba a su colega con gesto preocupado.
__ ¿Nunca intentaron suspender la medicación?
Roberto Ualderman carraspeó, era el mayor de los dos, un profesor de facultad grado cinco que llegaba al complejo “Villa Carmelita” todos los Lunes para ponerse al tanto y supervisar los diversos tratamientos.
__Por 1980 se le suspendieron los hipnóticos y tranquilizantes durante dos meses pero el resultado no fue satisfactorio, mire la página ciento cincuenta y cuatro.
Ignacio Kenichián tuvo que sentarse en uno de los bancos largos del corredor para buscar la página, había un par de fotos sostenidas por clips. En ellas una mujer desnuda y cubierta de sangre se encontraba parada junto a un hombre caído en el piso de una sala. Había también sangre en el piso y las paredes.
__Las fotos las sacó uno de los guardias, fueron necesarios doce hombres para inmovilizarla, aullaba y mordía, ese enfermero murió con la garganta partida en dos, luego en las investigaciones nos enteramos que la violaba regularmente cuando estaba sedada.
__ ¿Delirios paranoides?
__Licantropía.

Montevideo, Luna Llena invisible por la tormenta, lluvia y luego granizo.
Lorena corre bajo el agua con su largo saco de cuero negro abierto, salta dos pisos sobre los techos de unos galpones cerca de La Aguada, el agua le corre por los labios carnosos y sus colmillos brillan iluminados por un relámpago hermanado por un trueno que hace temblar a la tierra toda.
Huele la sangre a veinte metros, es en un sótano, abajo, en medio de la mugre de un patio atestado de porquerías, restos de madera, botellas y ladrillos partidos se ve una pequeña ventana que da al sótano de una casa enorme pero vieja y descascarada.
Bajó lentamente como sostenida por manos invisibles hasta el patio, el agua corría y se agolpaba por desagües casi tapados por hojas y mugre, un movimiento a su derecha hizo que se agachara y levantara la mano de uñas pintadas color muerte y apretara un cuello, todo sucedió en un microsegundo.
Dejó al enorme perro muerto con el cuello partido a un lado y afinó sus oídos sobrehumanos.

Un llanto, el débil quejido de una niña asustada, aterrada, aterrorizada, absolutamente devastada por lo peor de los actos que un hombre pueda hacer.
Lorena miró a la casa, empequeñecida, empapada, su saco embarrado era limpiado por la lluvia ininterrumpida, la noche cerrada y en alguna parte la luna, la luz de la luna.
Un hombre se asomó subrepticiamente a una de las ventanas de la casa pero no vio nada.
Ella pegada contra la pared de ladrillos fríos miro a la pequeña ventana, apenas cabría por ella pero todo es posible para una vampira, así que rompió los cristales enmohecidos y se metió adentro, abajo, al sótano donde esperaba la niña.
Una improvisada jaula de rejas y ella harapienta, atada con cadenas, un abrumador olor a mierda y orines la rodeaban.
__No tengas miedo, vengo a salvarte.
__ ¡Papaaaaaaá!: __ Gritó la niña flacucha llamando, a su padre, al carcelero, al violador.
El ruido de los goznes de la puerta sobre la escalera, tres saltos dio Lorena para ponerse frente a frente con la escoria humana, la cabeza del hombre calló por las mismas escaleras dando tumbos como una pelota desinflada, hasta los pies de la niña con los ojos perdidos.

Y Lorena bebió la sangre del cuerpo decapitado, luego llamaría a la policía para que vengan a arreglar el desastre.

Juicio Y Castigo.

Una niña al otro lado del río (Cuento)

blue_ocean_Wallpaper_giqxmUna niña otro lado del río
Por: Darío Valle Risoto

Había una niña, estaba seguro de que la vi pero ahora no puedo afirmarlo. ¿Afirmarlo a quien? Hace días me desperté en esta selva y vago como un poseído sin saber que estoy haciendo aquí y lo peor es que apenas me acuerdo de quién soy.
Había una niña al lado de ese río donde me puse de rodillas a tomar agua, me moría de sed y cuando levanté la cabeza la vi en la otra orilla sobre un césped bien cortado, creo que había una casa blanca pero el sol me daba furioso sobre los ojos y quizás el hambre me hizo ver visiones.

Pedro, creo que me llamo Pedro, pero también creo que me llamo Juan o Evaristo. Tengo mucha hambre, ayer comí bananas pero estaban verdes y me dio dolor de estómago y cagalera, dormí con malos sueños y tirité de frío a pesar de este calor maldito.

Escuché a mis padres discutiendo, siempre peleaban, tuve que tener padres y un hogar, todo el mundo los tiene o la mayoría, pero este calor y los bichos me están provocando que me sienta mal, muy mal. La primera noche lloré como un niño y grité hasta que mis gritos despertaron a los lobos y escuché sus pasos cerca del hueco del árbol donde dormía.

¿Cómo llegué aquí?, ¿Seré un naufrago de un crucero?, ¡De un avión no pude caerme, no había paracaídas cuando me desperté, seguro me caí de un barco y vine a parar aquí en esta especie de isla, supongo que es una isla tropical.
Ella me miraba, la niña me miraba con miedo y le dije no temas chiquilina y le pedí una galleta porque tenía muchas, creo que eran de chocolate… ah el chocolate, daría todo lo que tengo por un pedacito de chocolate con maníes, con cualquier cosa.

¿Todo lo que tengo? Si no tengo nada, solamente un pantalón corto de tela color verde oliva como de soldado. ¿Seré un soldado? Pero no tengo armas, tampoco el pelo corto a lo combatiente o quizás me creció en estos días. ¿Cuántos días?, ¿Serán meses?

Vi unos hongos debajo de unos árboles enormes pero no me animé a comerlos temiendo que sean venenosos aunque peor debe ser morir de hambre, dicen que uno comienza a desvariar hasta que le da sueño y se muere durmiendo.
Recuerdo que tenía una familia pero no se si es un recuerdo o un deseo de haber dejado a alguien que se preocupe por mi, acaso si no preocupamos a nadie es porque no somos queridos y entonces a la mierda si existimos o no.

Esa niña me hizo recordar a Natalia la secretaria que se ahorcó en la oficina una tarde en que se quedó a hacer extras, la encontraron blanca y con una cuerda colgando de una viga con la lengua afuera y se había meado y cagado. ¡Pobre muchacha!

Creo que alguien la llevó a eso pero… ¿Yo que hago en este lugar?

Escuché hace un par de días un avión y corrí hasta la playa hasta que no pude más y grité y grité y putee a dios y al diablo y lloré y nada, no había ningún avión, creo que lo había imaginado todo.

Será mejor volver a la playa y buscar almejas y comerlas aunque son un asco deben contener alguna proteína aunque no se que carajo son las proteínas pero supongo que ayudan a seguir viviendo.

Encontré también un viejo recinto en medio de la arboleda allá por la derecha, supongo que es el norte, había una construcción descascarada que me dio miedo pero me acerqué apretando un palo entre las manos paso a paso y entré y era una vieja biblioteca. ¿Qué cuernos hace una biblioteca en medio de la selva?

Había algunas paredes caídas, restos de otras construcciones que probablemente formaran parte de alguna hacienda, de algo y la biblioteca tenía casi todo el techo caído y había olor a podrido y solo pude salvar dos o tres libros y salí corriendo por temor a que el resto del edificio me caiga encima. Uno de Shakespeare, el libro de Arena de Borges y uno de Onetti. Nunca me gustó Onetti. ¿Entonces lo habré leído antes?

Los dejé en mi improvisado refugio en el árbol hueco, de día me lo paso sacando insectos y tratando de limpiar el lugar pero parece que durante la noche la selva y los bichos se multiplican.

Aquella noche había caminado a la luz de tremenda luna llena para mear a unos metros del árbol, ya creía superado el miedo y vi esos ojos en la espesura. Y corrí y corrí con la piel erizada de terror hasta la playa pero cuando miré para atrás ningún monstruo me corría, solamente tenía el miedo agazapado sobre mi cuello y babeándome la espalda.

¡Lo daría todo por una radio! Aunque tal vez en esta parte del mundo no haya una estación cerca y si la hay… ¿En que idioma? Y… ¡Que me importa con tal de escuchar a otra persona!

Creo que la niña cantaba hasta que la asusté pero mañana voy a volver al río y trataré de nadar al otro lado y le voy a hablar si la veo, le voy a decir que me llamo Pedro aunque no me acuerdo si me llamo Pedro, a ella no le va a importar.
¿Por qué se habrá ahorcado Natalia? ¿Y yo quién soy realmente?

Ahora estoy acostado en la arena bajo la sombra de una palmera y mirando a un cielo límpido enorme y celeste, escucho el mar y creo que poco a poco lo voy recordando todo aunque comienza a dolerme el pecho y casi no puedo respirar.

Ahora vienen las imágenes de mi esposa, del aviso de que se mató en el trabajo y alguien me dice que Mateo el jefe la había violado y que está declarando en la comisaría y entonces fui y le pegué dos tiros antes que ese policía me tire a mí. ¡A mí que no hice nada!
Ahora que lo pienso bien me doy cuenta de que esa niña era nuestra hija y de que nunca llegaré al otro lado del río.

FIN