Mujer que busca distancia
Por: Darío Valle Risoto
Era un verano agradable, de esos no demasiado tórridos y como es habitual en mí pasé mis vacaciones en la ciudad. Estaba tomando una cerveza en La Pasiva que se encuentra en frente a la plaza del Entrevero cuando ella pasó caminando junto a mi mesa a apenas unos centímetros de mi brazo izquierdo, miró a ambos lados y cruzó a la acera de enfrente caminando con su clásica postura esbelta. Ni siquiera había reparado en mi presencia.
Reconozco que a veces la realidad me supera y este era uno de esos casos porque hacía varios años que no veía a Mariela, es más: me habían dicho que había muerto en un accidente de automóvil.
Cuando me di cuenta que pude haberla saludado ya estaba suficientemente lejos y no soy un hombre de andar gritando por la calle, me empiné el vaso de Norteña y observé que en determinado momento se quedó parada como pensativa. El sol daba de lleno en su remera blanca, tenía unos jeans celestes y calzados deportivos también blancos, no llevaba cartera.
Mariela, si es que era aquella Mariela tenía un largo y fabuloso cabello castaño que al sol se tornaba de un raro tono rojizo, volví a comprobarlo mientras en mi mente volvió aquella canción de Pink Floyd: “Quisiera que es estuvieras allí” que ella me dijo cierta vez que era su preferida y desde ese momento siempre lleva su nombre agregado al de los músicos: Mariela, Mariela Riberos.
Comenzó a alejarse tanto como todo a su alrededor y mientras su delgada y alta figura comenzaba a empequeñecerse sentí como nunca el desasosiego de estar completa e irremediablemente solo en el mundo. Dio vuelta en semicírculo al monumento y cruzó en diagonal hacia avenida del Libertador. Pensé en pagar y correr a encontrarla pero algo, como una fuerza sobrenatural me ataba a mi lugar mientras la observaba.
Recordé mientras ya se volvía casi un punto en el horizonte caminando en dirección al edificio del Automóvil Club que cierta vez me había contado que una adivina le había dicho que le quedaba poca vida y que yo estúpido o divertido la abracé diciéndole que entonces había que vivirla a pleno y ella se rio como nunca me hubiera imaginado y me dio un beso en la mejilla.
Mariela ya era un rasgo indefinido en la distancia y volví a sentir el sol sobre un costado de mi mesa fuera del Bar y que la cerveza ya no estaba tan fría y que debí correr a alcanzarla para ver si de verdad era ella y por lo tanto seguía viva y decirle que la recuerdo cada vez que escucho: “Quisiera que estuvieras aquí”.
Recuerdo vívidamente que fue un siete de enero en que sucedió aquello porque el siete de enero del año siguiente y los subsiguientes años desde aquel 2008 vuelvo a la misma hora y al mismo bar y espero que ella pase, siempre se repite la situación que acabo de narrar y hasta la fecha nunca me he animado a saludarla.
FIN
La tarea en clase del taller de escritura era describir una situación en que un personaje conocido o que aparentemente conocemos se acerca a nosotros desde la distancia y como tarea domiciliaria teníamos la consigna de narrar algo en el sentido contrario, es decir sobre alguien que se aleja y este cuento es sobre ello, quizás en otro momento suba el relato sobre el personaje que se acerca que aún tengo en el cuaderno de clase.