Neo Vampiros 74
Sueños de Luna llena
Por: Darío Valle Risoto
__ ¿Así que está buena la capitalina?
__ Jamón del medio, jamoncito del medio, compañeros. __Sonreía Romero y subía aún más la radio que emitía una cumbia sabrosona.
La camioneta no llegó a Villa Saucedo antes que la presa, Romero Castro reconoció el auto de la muchacha estacionado en la esquina del único hotel.
__ ¿Y ahora? __Preguntó el negro Carlos.
__ Es lo mismo, dentramos por alguna ventana, le tapamos la boca para que no arme quilombo y nos la llevamos.
__Mucho riesgo…, pero ya estamos en el baile. __Arellano sonrió mostrando sus dientes podridos.
Leticia tirada en el catre de esa humilde cabaña no durmió bien, estaba acostumbrada a las pesadillas pero no eran los sueños habituales sobre dientes, garras, sangre y carne, eran sueños nuevos donde una desconocida estaba en peligro y había una voz que le pedía ayuda.
__ ¿Leticia? , ¿Sos vos?
__ ¿Quién?
__ La hija de Esther y Antonio, los comunistas, ¿te acordás?
__ ¿Dónde?
__ Soy niebla, estoy lejos, muy lejos, habito en la noche, no puedo llegar. Es Paula.
__ ¿Paula… quién?
__ Se llama Paula y es mi única amiga, es como mi hermana.
Leticia se despertó sudando, su piel estaba húmeda y fría a lo largo de su cuerpo, caminó como borracha hasta el baño y llenó un latón de agua, se desnudó y comenzó a enjabonarse con un trapo enjabonado con una pastilla de “Bao” que había encontrado en la cocina tan rústica como el resto de la vivienda.
Paula también había soñado, pero las sombras que creía eran parte de la pesadilla estaban allí cuando abrió los ojos, eran tres sombras enormes, eran tres desconocidos alrededor suyo junto a la cama del hotel.
Una mano áspera con olor a tabaco le tapó la boca al punto de que casi fue un golpe, trató de resistirse pero los otros la ataron rápidamente como si fuera un ternero, de pies y manos.
__Maneala bien Carlos… y… ¿Qué les dije?
__ ¡Que buenas tetas tiene!, mira, creo que se le pusieron duras. __Dijo Arellano mientras con la mano libre le recorría los pechos a la chica que no podía hacer nada para zafarse del ataque.
Romero les hizo señas de que hicieran silencio y la sacaron por el corredor, era de noche y el viejo hotel parecía desierto, había una ventana abierta que daba a la calle, por allí habían entrado y por allí salieron los cuatro, Paula hizo ingentes esfuerzos por escapar lo que terminó por acelerar que pierda el conocimiento.
Antes de desmayarse reconoció al tipo que estaba en los campos de Fleitas y le había dado el dato de cómo llegar a ese pueblito.
Leticia se bañaba, su cuerpo era hermoso, algo ancha de caderas, sus pechos turgentes y su cabello largo y castaño oscuro, tenía poco tiempo, había algo en su corazón que le instaba a salir corriendo hacia el oeste buscando algo pero no sabía que ni por qué…
Esa chica, Paula, la amiga de su prima. Mientras se vestía recordó algunas visitas en las clínicas siquiátricas, visitas inesperadas a fin de los años setenta, no podía precisar cuando. Unos milicos hablaban con uno de los encargados del hospital Vilardebó, preguntaban si habían ido personas “sospechosas” a ver a la loca.
__ “La loca”, ¡Que hijos de puta!
Los enfermeros hablaban de la dictadura, en voz baja, otros, justificaban la guerra sucia en contra de los izquierdistas, para rescatar al Uruguay de las garras de comunismo.
Cierta vez habían venido, casi los había olvidado: Esther y Antonio. Tan jóvenes y llenos de vida, Esther se sentó en su cama del internado y le desató las correas de las muñecas, le acaricio la cara y la convidó con caramelos.
Antonio discutió con unos médicos, los trató de animales, de deshumanizar el trato con personas, de ser herramientas de un sistema fascista.
Habían conversado del embarazo de Esther, tenía una barriga pequeña, puntiaguda, se la acariciaba con cariño y sus ojos chispeaban, Leticia se sentó, aún tenía los tobillos rodeados de cinturones de cuero, la besó en la mejilla, las dos lloraron.
__ Son tiempo difíciles mi amor, no se si te volveremos a ver.
__ Puedo escaparme cuando quiera, vos sabes lo que soy.
__ Cuando esto termine te vamos a sacar de acá, te vamos a llevar a una chacrita en Paysandú que tenemos y vamos a criar conejos y…
Esther era muy delgada, bajita pero rubia, contrastaba con Antonio, más alto y de pelo muy negro, tez blanca y ojos decididos, llevaba los inolvidables termo y el mate y la convidó, también se sentó en la cama, cuando terminó la visita se fueron e inmediatamente los enfermeros la volvieron a atar.
Si no fuera por los fuertes sedantes, se hubiera escapado allí mismo y tal vez la historia hubiera sido muy diferente.
Fue la última vez que los vio, luego… desaparecieron.
Juicio y Castigo.