El que piensa pierde, en el país de los ciegos.

El que piensa pierde, en el país de los ciegos
Por: Dario Valle Risoto

Allá por el año 1994 entré a trabajar en la imprenta Rosgal, la que tenía importantes diferencias con mi trabajo anterior en los Talleres Barreiro, para empezar me encontré con nuevos compañeros sustancialmente diferentes al promedio de mis anteriores colegas de trabajo, en el sentido de que en Barreiro tenía varios compañeros con los que podía conversar de diversos temas pero en este nuevo lugar digamos que el nivel intelectual promedio era bastante más bajo.

Esto no lo escribo de forma peyorativa sino que era evidente que pertenecían a diferentes formas de pensar quizás porque en este lugar había un importante recambio de gente casi de forma continua y eso evitaba que se estrechen determinados vínculos, de verdad no lo sé exactamente pero siempre tuve la idea de que en el sentido intelectual en Rosgal había bajado varios peldaños. De todas maneras como es mi naturaleza siempre intento llevarme de la mejor forma posible con los compañeros donde deberé pasar varias horas al día trabajando.

Lo más curioso fue algo que de alguna forma motivo este artículo y es que al poco tiempo de estar en el trabajo regularmente algunos compañeros me venían a consultar sobre diversos temas. Recordemos que aún a fines del siglo veinte, al menos en Uruguay no se había popularizado tanto internet y no existían los celulares inteligentes de hoy día. Lo cierto es que en un momento les pregunté porque siempre me preguntaban sobre diferentes temas y uno de mis compañeros me dice: __Flaco, es que vos sabes de todo.

En primer lugar me sentí complacido con esa suerte de halago personal sobre mis aparentemente vastos conocimientos pero por otro me corrió el espanto de notar que si en un ámbito yo precisamente yo era tomado por intelectual, estábamos en el horno. “Solo sé que no se nada” dijo alguna vez un griego y la verdad es que si bien desde mi niñez se fomentó mi curiosidad sobretodo en el tema científico soy bastante ignorante en muchos items pero si debo reconocer con absoluta falta de humildad que siempre intenté saber cada día un poco más que ayer.

Lo paradójico era que trabajábamos en una imprenta donde se editaban diversos libros, muchos de ellos sumamente interesantes y parecía que el único que los leía era yo. Al punto es que cierta vez noto que en uno de los folios de un libro que estaba doblando en mi máquina plegadora faltaba toda una página por lo que siendo de tarde llamé a la casa de la supervisora para decirle del tema por lo que se solucionó felizmente antes de que el libro salga a la calle sin todo un importante texto.
Más allá de anécdotas puntuales sobre mi supuesta “inteligencia” hoy día a casi llegar a un cuarto del siglo veintiuno y con algunos años encima me estoy encontrando de nuevo con la casi absoluta ausencia de interlocutores válidos a mi alrededor, con esto me refiero a gente con la que poder conversar de todo un poco y de mucho más que de: futbol, sexo… y listo. Lo peor y más aterrador y mortificante para mi es que me estoy topando con muchas personas orgullosas de no saber casi nada, de no interesarse por nada y que ven mi reitero: “supuesta intelectualidad “como un enorme defecto ya que raramente comprenden apenas de lo que estoy hablando.

Supongo que la posibilidad de tener prácticamente todo el conocimiento del mundo en nuestras manos a través de los dispositivos móviles ha generado una enorme cantidad de vagos intelectuales que van perdiendo la capacidad de tener una mente analítica y un espíritu crítico frente al conocimiento. Digamos que la eventual y dinámica explosión de imágenes y datos va generando una suerte de coloridos y ciegos consumidores de un conocimiento ajeno que raramente tienen la capacidad de absorber, de quedarse con algo, en definitiva: aprehender con ello con la fabulosa necesidad de mejorar como seres pensantes.

Como prontamente viejo no puedo evitar recordarme con unos diecinueve años y socio de una empresa que se llamaba: “El círculo de lectores” donde uno debía comprar un libro cada tres o cuatro meses, no lo recuerdo bien y tenía sorteos, concursos, etc. En aquel momento les compraba un libro que generalmente leía en tres o cuatro días por lo que generalmente seguía comprando otros casi a uno por mes, claro que algunos eran Best Sellers bastante olvidables pero eso generó en mí un ansia de lectura imparable.

Hoy día me topo con un par de muchachos de unos veinte y pico de años que se ufanan de nunca haber leído un libro como si eso fuera un motivo de orgullo y peor aún desconocen la realidad social y política de su propio país porque “tienen muchos problemas personales”. Ciegos y sordos sin embargo no son mudos porque hablan horas sobre futbol, sobre jugadores, campeonatos, técnicos, etc. y lamentablemente no son del todo sordos porque escuchan: Cumbias y reggaetón absolutamente todo el tiempo que pueden. No saben que corno fueron The Beatles, desconocen evidentemente todo lo que sea música clásica y ni hablar de temas que aborden política, religión, historia, etc. Son los ciegos de estos tiempos, los que permiten que los tuertos intelectuales de la derecha y el capitalismo les gobiernen sin mucho esfuerzo. Tristemente yo que me considero un tipo bastante limitado en este mundo he pasado a ser un: intelectual.

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