El tiempo de los imbéciles orgullosos

El tiempo de los imbéciles orgullosos
Por: Darío Valle Risoto

Nunca como en estos tiempos hemos asistido a multitud de tontos o sencillamente imbéciles orgullosos de ser unos perfectos ignorantes y hasta llegan a ser presidentes de países o líderes de opinión en redes, foros y ámbitos varios.

Podríamos pensar en un enorme acto conspiratorio mundial el tratar de que seamos cada día más ignorantes y vivamos dentro de nuestras burbujas de tecnología entretenida y vacía a cambio de una época donde los valores intelectuales primaban frente al desconocimiento sobre cualquier tema. Sin embargo no es nuevo, cualquier escalafón de poder se ha servido de las masas anónimas y mal informadas para consolidar su dominio político, económico e intelectual sobre las mismas.

No se trata de izquierdas o derechas, el poder aún con las mejores intenciones termina por soslayar el espíritu crítico porque quien piensa libremente es un problema para los poderosos al poner en tela de juicio su liderazgo y arriesga a pervertir el orden impuesto. Hoy día la tecnología maravillosa y a la vez siniestra nos pone en la situación de tener la mayoría del conocimiento a la mano y sin embargo pasar horas viendo videos de gatitos o a pelotudos saltando en patinetas.

Tenemos enormes campañas de desinformación sumadas a errados intentos de modificar las reglas del leguaje a nombre de la “inclusión” y esto que determina que usemos diferentes códigos para comunicarnos enrareciendo aún más el entendimiento y “produciendo ruido” en la comunicación humana.

Se trata de mostrar una etiqueta que nos ponga de un lado o del otro del pensamiento progresista pero lejanamente estamos profundizando en el tema, sino todo lo contrario, para que haya comunicación realmente efectiva es necesario, imperioso y hasta obligatorio un código en común, por lo tanto. En vez de acercarnos nos estamos alejando del conocimiento que emana de la discusión y el debate.

La gente lee quizás tanto como antes pero ya no accede a los libros sino que lee textos cada vez más cortos, sencillos, simples y directos de información plagada de imágenes fijas o en movimiento que por un lado enriquecen la información y por otro nos apartan del necesario masaje mental de pensar, imaginar y racionalizar la que estamos aprendiendo. Para colmo de males lo efímero e inmediato se sobrepone al necesario trabajo mental de “guardar” el saber para utilizarlo luego. Todo vive el presente sin salvaguardarse para el futuro.

La música como los libros se vuelve cada día más sencilla, simple, infantil y vacía, las biografías de jugadores de futbol están en el escaparate mientras ya nadie lee a Tolstoi o se enriquece con Borges. La música monocorde, repetitiva, anodina y eficaz para estas mentes orgullosas de ser estúpidas se sobrepone a los virtuosos que desde Mozart a Deep Purple nos han deleitado con obras que hoy día parecen de otro planeta si las comparamos con lo que escuchamos prácticamente en todas partes.

Las expresiones artísticas reflejan su época y deberíamos avergonzarnos de una muestra de arte “moderno” donde un tipo pone un montón de baldes de plástico uno sobre otro en una sala de exhibición y a eso le llaman: “arte”, lo mismo sucede con un pobre tipo que canta utilizando el auto tune sus tristes y patéticas experiencias amatorias o se ufana de haber hecho mucho dinero vendiendo drogas.

Lo peor de todo esto es que ni siquiera las nuevas generaciones parecen tener la capacidad de sentir vergüenza por ser estúpidas sino que con una sonrisa y la mirada perdida avalan el hecho de no necesitar razonar nada, no pensar nada, no debatir sobre nada y solo vivir el día a día repitiendo continuamente la misma rutina de observar sus celulares, leer, olvidar y volver sentir el triste orgullo de ser unos idiotas.

En los principios de la colonización de américa del norte en un puerto de lo que hoy son los Estados Unidos descargaban algunos materiales de una fragata y a su vez subían materiales locales como: lana, maderas, alimentos varios, etc. Un empleado del puerto llevaba nota de todo lo que se subía a la embarcación y esto fue observado por un indígena que se asombró por ver que hacía este hombre con su pluma sobre el papel. Este al notar su curiosidad le explicó que estaba anotando todo lo que se subía al barco para tener la lista completa de lo que se embarcaba. El indígena no comprendía por lo que el hombre le leyó algo de la lista y le pidió que lleve esta a otro que estaba parado a varios metros y le pida que le lea la misma.

El nativo así lo hizo y cuando el otro empleado del puerto leyó repitiendo exactamente lo que había escrito el otro, miró al primero exclamó asombrado: __ ¡Magia!

La lectura es un maravilloso acto “de magia” por el que aún con sus limitaciones los seres humanos tratamos de comprendernos y comprender el mundo en que vivimos, gracias a ella conocemos nuestro pasado y así mejoramos nuestro futuro dejando la lista de nuestras victorias y derrotas para las próximas generaciones, no es posible sentirnos orgullosos de no saber nada, de no interesarnos por nada ya que si así nos sentimos estamos condenando al futuro a una época de oscurantismo nunca antes vista.

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