La casa y Amanda

urban gallery (7)

La casa y Amanda
Por: Darío Valle Risoto

Mi novia Amanda tenía un vínculo muy estrecho con la casa de sus abuelos. La casa era enorme y alguna vez supo ser el corazón de un gran espacio habitado por árboles y plantas pero terminó asfixiada entre edificios modernos que la fueron cercando como gigantes hambrientos de modernidad y brillo.

Era de tres pisos de alto, cuatro si tomamos en cuenta las dos torres y el ático que ocupaba todo lo largo y ancho del techo y que Amanda temía tanto como el sórdido sótano donde se guardaban muebles viejos y recuerdos más antiguos aún.

Tres arcadas daban paso a la puerta principal que se veía en medio a dos aguas y con una aldaba con forma de mano para golpear para ser atendido, las otras dos arcadas adornaban amplias ventanas de rejas con dibujos de hierro que mostraban ángeles y enredaderas.

Había un salón o hall de entrada con más de cien cuadros que llegaban a los techos altos, todos retratos familiares de un árbol genealógico iniciado en Europa que supo pasar por México y terminar en Uruguay. Los Mendizábal – Pereda eran una familia que hizo su dinero con la venta de esclavos en el siglo dieciocho pero se ufanaban de una solides cristiana y un abolengo de rancia estirpe taurina.

El salón tenía una doble escalera que anunciaba pisos altos con habitaciones interminables de techos abovedados, empapeladas desde sus pisos de madera a sus cielos rasos y con muebles que deberían valer una fortuna amén de lámparas de oriente y ropa de cama de finas telas de Turquía.

Amanda pasaba sus vacaciones allí y dormía con la luz prendida lo que no evitaba que sintiera todos y cada uno de los ruidos de esa enorme casa que como un siniestro castillo parecía devorar a quienes se tomaran el atrevimiento de vivir allí. Pese a todo le encantaban aquellos vitrales cristianos cuando solía ir a jugar a la pequeña capilla que se encontraba entrando a la izquierda antes del acceso al sótano que también le despertaba un terror dérmico.

El salón era a su vez comedor, sala de lectura y en el sector derecho una biblioteca de miles de libros, en su mayoría de crónicas de viajes o tratados de biología y medicina. La casa por fuera y por dentro supo ser blanca pero se fue tornando gris a más de cien años de existencia. Cómo grises se fueron pintando los pensamientos de sus cada vez más escasos ocupantes hasta que la abuela murió, la escasa servidumbre se fue y por fin quedó librada al abandono contemporáneo tan habitual en una sociedad que se reciente de su historia.

Cuando Amanda cumplió los once años se animó a subir a una de las torres y con espanto comprobó su aterrador museo de mascotas disecadas incluyendo a “Sultán” el Bóxer que tanto había amado y ahora entre aves, gatos y monos parecía el rey de un mundo inmóvil y silencioso.

La otra torre no era menos porque atesoraba miles de vestidos de diferentes épocas y dos maniquíes que parecían mirarla de arriba abajo con quien sabe que tortuosas intenciones. Demás está decir que jamás volvió a visitar las mismas.

La casa tenía sus ventanas enrejadas, bajorrelieves extraños coronaban la azotea con formas de gárgolas, ángeles desnudos y monstruos marinos, según ella las habían traído de Italia y las había esculpido un artesano loco que después se mató prendiéndose fuego en una buhardilla de París.

Nunca llegué a conocer la casa pero cada detalle hizo carne en mi ya que Amanda nunca pudo desligarse de su recuerdo, algo le había pasado allí además de lo que les cuento que la había marcado para siempre. En el año mil novecientos noventa y dos fue finalmente demolida y hoy en esa esquina donde respiraron sus muros yace un gran edificio de ladrillos con una moderna entrada y una cochera fabulosa.

Suelo pasar por allí y no puedo olvidar a Amanda que murió tiempo después que la casa y me suele pasar a menudo que al mirar donde estuvo esta construcción me parece verla entre las brumas de la memoria o habitando una dimensión donde nada se destruye sino que pervive para siempre.

FIN

En este caso en el taller de escritura abordamos el tema de las descripciones y se nos pidió un relato indirecto que describa algo, elegí una mansión porque siempre me han atraído estas construcciones que suelen detener mi mirada cuando sueño con vivir en una de ellas a pesar de que en el relato no podría ser muy lindo que digamos. Me cuesta bastante más describir que narrar situaciones, no puedo describir largas carillas como otros escritores porque me interesa más que el relato «se mueva», pero solo son estilos.

 

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